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Los átomos de Demócrito

Actualizado: 3 dic 2020

Exposición detallada y completa de la teoría atomista desarrollada por el filósofo presocrático Demócrito



El atomismo fue la última y más compleja creación del periodo presocrático de la filosofía griega. Una original y controvertida teoría que experimentó un éxito sin parangón pues fue reformulada en el periodo helenístico por Epicuro y en el romano por Lucrecio para ser más tarde tomada como base de la teoría atómica moderna hasta llegar a iluminar la visión de la materia de nuestros días, como bien reconoció Einstein ens us textos. Sus primeros postulados fueron obra de dos filósofos que generalmente se citan juntos: Leucipo y su discípulo Demócrito.


 

Antes de continuar con nuestro estudio del atomismo de Demócrito, si estás interesado en este apasionante periodo de la historia de la filosofía -la etapa presocrática- te recomendamos estos dos magníficos cursos online que abordan, desde un punto de vista académico riguroso, la totalidad de los autores que componen el periodo, desde Tales hasta los albores del periodo clásico con Demócrito.


¡Dos verdaderas joyas que no debes perderte!


En su canal de YouTube puedes, además, ver en abierto algunas de las sesiones que conforman los cursos, como las siguientes, dedicadas precisamente a las características de los átomos de Demócrtio:




 


Leucipo



Leucipo, nacido probablemente en Mileto, llegó a Italia, a Elea a mediados del siglo V a.C y de Elea, la tierra de Parménides pasó a Abdera donde fundó la escuela que llegó a su culminación con Demócrito. No han faltado quienes han sostenido que Leucipo nunca existió sino que fue un personaje inventado por Demócrito para atribuirle todas sus tesis polémicas y no cargar con la culpa. Un maestro anterior al que achacarle la originalidad e, incluso, impiedad de algunas ideas podía proteger en cierta medida a Demócrito. Estas sospechas se basan en un texto de Epicuro, quizá algo interesado, por lo que no se ha llegado a un acuerdo definitivo acerca de esta cuestión. A Leucipo se le atribuyen solamente dos obras, una titulada Gran ordenación del cosmosy otra Sobre la inteligencia, a la que pertenece el único fragmento que conservamos acerca de este autor oculto entre el misterio de los siglos.




Demócrito


Mucho más sabemos acerca de Demócrito. Éste era algo más joven que su maestro, nació quizá en el año 460 a.C en Abdera y las crónicas cuentan que murió muy anciano, llegando a los cien años. Viajó mucho por tierras del sur y del oriente en busca de conocimientos. Se sabe que pasó una temporada en Egipto y que visitó Persia, datos extremadamente importantes, como hemos visto en nuestras sesiones, para la formación del pensamiento griego. No obstante la teoría de los átomos defendida por nuestro filósofo no procede de ideas orientales – en este caso no hay ningún referente o paralelismo en oriente- sino del desarrollo puro de las líneas filosóficas griegas que ya estaban robusteciendo su originalidad y su identidad en su tiempo.




Obras de Demócrito


Le fueron atribuidas muchísimas obras. Un biógrafo llamado Trasilo ordenó su obra en tetralogías – como era común en su tiempo- y le asignó trece, es decir, un total de 52 obras: 8 libros de ética, 16 de física, 12 de matemáticas, 8 de música, lengua y literatura, y 8 de temas técnicos más unas cuantas de dudosa autoría. A pesar de esta magnífica producción intelectual, lamentablemente sólo hemos conservado unos 300 fragmentos breves y todos ellos pertenecientes a sus reflexiones éticas que no fueron en absoluto tan originales e influyentes como sus teorías físicas.

Por ello, como con el resto de presocráticos, nos tendremos que ayudar, no sólo con los fragmentos conservados sino con las “noticias”, es decir, con las referencias que a su obra hicieron autores más cercanos en el tiempo que, seguramente, manejaban las obras que hoy hemos perdido.

Indiferencia de Platón

Resulta extremadamente curioso y sorprendente que Platón, quien se refiere a todos los presocráticos conocidos, no haga ninguna mención de Demócrito en sus Diálogos, a pesar de que fueron contemporáneos y de que Aristóteles si le conociera y le citara enormemente. Diógenes Laercio nos da una explicación:

“Platón le odió de tal forma que quiso que se quemasen todos sus libros.”

Veremos en seguida las razones de tanto odio y cómo este deseo de prender fuego a su doctrina se mantendría a lo largo de los siglos, sobre todo en ambientes platónicos, es decir, cristianos. No debe ser casualidad que Karl Marx hiciera su tesis sobre Demócrito y llamara a su teoría “materialismo histórico.”

Es importante señalar, además, que todos los fragmentos y noticias conservadas de esta época reciben el nombre de “corpus atomista” sin distinguir exactamente si hablamos de teorías de Leucipo o de Demócrito ya que resulta prácticamente imposible discernir la autoría de cada propuesta. No conservamos suficiente material escrito como para atribuir con precisión las ideas. Estas carencias, propias del periodo presocrático, veremos cómo desaparecen en la época clásica de cuyos principales protagonistas conservamos decenas de obras y miles de páginas.



La teoría atomista


Tal como ya hemos mencionado, el atomismo es el intento final, y más fructífero, de rescatar la realidad del mundo físico de los fatales efectos de la lógica eléata mediante una teoría pluralista basada en la introducción de un concepto revolucionario: el átomo. Esta filosofía es, en realidad, el desarrollo lógico de la filosofía de Empédocles. Éste había tratado de conciliar el principio parmenídeo de la negación del paso del no-ser al ser y viceversa con el hecho evidente del cambio a base de postular cuatro elementos que, mezclados unos con otros en distintas proporciones formaban los objetos de la experiencia. De hecho, es necesario tener en cuenta que las bases de las que partieron Demócrito Leucipo no fueron físicas, sino de orden lógico y metafísico, es decir, su punto de partida fue el reto de Parménides: la serpiente que nos sacó del paraíso negando la existencia misma de la naturaleza.

“En efecto, unos dicen que el movimiento existe, otros, que no existe (…). Que no existe lo dicen los partidarios de Parménides y Meliso, a los que Aristóteles llama inmovilistas y antinaturalistas porque la naturaleza es principio de movimiento y ellos suprimían la naturaleza al decir que nada se mueve.” Sexto Empírico, Contra los naturalistas, II.

Pero negar la naturaleza y el principio de movimiento de los seres naturales es precisamente negar aquella región de la realidad que constituye la principal y primera manifestación del ser para nosotros. Y no se trata sólo de la manifestación más inmediata sino del prototipo de entidad sin más a partir del cual conocemos por analogía todo lo demás y lo analizamos. Nosotros, los seres humanos, no conocemos cosas que no cambien, que no muten, no afectadas por el tiempo. Algunos tienen fe en que entidades de este tipo existan pero no nos son conocidas. Otros postulan su existencia en un plano puramente teórico como es el caso de los entes matemáticos, pero jamás interactuamos con entidades de este tipo. De ellas nos separa una frontera intraspasable, la frontera de nuestra propia materialidad. Los podemos concebir, los podemos pensar, pero ello no quiere decir que se den en la realidad siquiera.

Por ello, el esfuerzo de los atomistas fue el de conciliar lo dictado por la lógica con los datos de los sentidos que, de modo inequívoco nos muestran que todas las cosas que nos rodean se generan, se corrompen, se transforman y son plurales.

“Aunque estas ideas (las de Parménides) parecen tener una secuencia lógica en una discusión dialéctica es, sin embargo, casi locura creer en ellas si consideramos los hechos. Porque, en efecto, ningún loco es tan demente como para suponer que el fuego y el hielo son uno y lo mismo.” Aristóteles, Física

Así, Leucipo buscó una teoría en la que pudieran concordarse los datos de la razón con los de los sentidos, conciliarse estas dos realidades complejas y distintas, como vimos con Pitágoras, para lograr una conciliación en una teoría totalizadora que no diera la espalda a ninguna de las dos cuestiones. La única solución era hallar una teoría mecanicista pura basada en la yuxtaposición y separación de partículas materiales que, en sí mismas, guardaran las características propias del Uno de Parménides.


“Pero Leucipo creyó tener una teoría que, concordando con los sentidos, no echaba por tierra el devenir, la destrucción, el movimiento ni la pluralidad de las cosas existentes. Concordando, pues, por una parte, en esto con los fenómenos y, por otra, con los que defienden solo la existencia de lo uno, en que no podría existir el movimiento sin el vacío, dice que el vacío es (…).”

Es decir, Leucipo tomó de Parméndies la idea de que nada surge de la nada ni nada desaparece en ella. No hay paso del no-ser al ser, todo lo que es, todo lo que existe es eterno. No obstante, vemos cambios ¿Cómo es posible si todo es eterno? Lo que ocurre en la naturaleza es que cambian las configuraciones, las estructuras, las formas de las cosas que se construyen y destruyen como castillos de arena. Estas formas son temporales y acaban desmoronándose, pero lo que jamás puede destruirse, lo que es eterno, son los materiales que componen nuestro castillo de arena. Los granos de arena, que llamaremos átomos, son los principios últimos e indestructibles. Ellos pemanecen siempre inalterados, cumpliendo así con las exigencias de Parménides, pero las estructuras que conforman se alteran, desaparecen y vuelven a formarse, cumpliendo con la apariencia del cambio que vemos a nuestro alrededor. Así Leucipo consigue aunar estabilidad y movimiento de una forma absolutamente magistral.

“Pero un ser tal, -afirmó-, no es uno, sino que consiste en una pluralidad de cosas infinitas en número y demasiado pequeñas para ser vistas. Ellas se mueven en el vacío. Al combinarse, dan lugar a la generación y, al separarse, a la disolución.”




El vacío

Pero si todo fuera uno, solo un uno material, o sólo una infinita cantidad de cosas materiales compactadas unas contra otras no podría haber movimiento. Para que haya movimiento es necesario, según Leucipo, que haya espacio entre las partículas, es decir, lugares no ocupados por ningún cuerpo o, lo que es lo mismo, lugares vacíos. Aparece por primera vez, con toda su fuerza en la historia del pensamiento occidental la idea de espacio vacío en el que se hallan los cuerpos. Así, Leucipo y Demócrito elaboraron una explicación de la realiad completamente nueva pasada en una nueva forma de concebir la materia y el espacio.


Los átomos


Así que llegados a este punto, nuestra nueva teoría física cuenta ya con dos elementos: átomos y vacío. Claramente el vacío no tiene ninguna propiedad más que la capacidad de contener materia, pero ¿y los átomos? ¿cómo son esos granos de arena que componen todo lo que existe, todo lo que vemos? ¿qué propiedades tienen?



- Eternidad

En primer lugar, los átomos se caracterizan por ser eternos. Cumpliendo el requisito típicamente griego de que no hay creación a partir de la nada, es decir, creación absoluta o un simple brotar de las cosas, los átomos han debido de existir siempre y jamás dejarán de ser. En este sentido, siendo los átomos unidades materiales, la teoría atomista, sostiene que la realidad tiene una estructura física material inamovible. La materia es, ha sido y será siempre la realidad o, al contrario, la realidad es material. No podemos pensar en “creación de materia” o estado “anterior a la materia” tal como si postularán cosmovisiones posteriores como el cristianismo que sí hablarán de la posibilidad de existencias inmateriales. Nada ni nadie ha creado a los átomos. Hoy sabemos que toda la tabla periódica procede de las diversas transformaciones del hidrógeno producidas en las diversas fases de la vida de las estrellas mediante procesos que nuestros presocráticos podrían llamar de condensación. Literalmente se produce un aplastamiento de los átomos por el aumento de la gravedad llamado “nucleosíntesis”.

El helio, al ser más pesado que el hidrógeno, se va concentrando en el centro de la estrella. Cuando el centro de ésta alcanza una temperatura muy alta, el helio es capaz de empezar a fusionarse para producir otros elementos, como el carbono o el oxígeno. Mientras esto ocurre, la estrella va aumentado de tamaño y enrojeciéndose. Se ha convertido en una gigante roja. Si la estrella era muy masiva, con el tiempo será capaz de fusionar carbono y oxígeno, para transformarlos en magnesio, sodio, fósforo, silicio e, incluso, hierro. Sólo las estrellas más masivas que acaban su vida como supernovas son capaces de producir elementos químicos más pesados que el hierro. En la explosión de supernova se produce la energía suficiente para que núcleos pesados absorban neutrones y protones, convirtiéndose en núcleos tan grandes como el de uranio. Estas explosiones mezclan los distintos elementos y los expanden por el espacio, donde entrarán a formar parte de nuevas estrellas o planetas. Nuestro planeta, con toda su riqueza en elementos químicos de la tabla periódica, nació de una nube de gas y polvo contaminada con los productos de supernovas.



- Estructura

En lo que se refiere a su estructura interna, según Leucipo y Demócrito los átomos son simples, es decir, carecen de partes en las cuales se puedan dividir. Son homogéneos en este sentido, todo su cuerpo es igual. Son, por ello completamente sólidos ya que no hay ningún tipo de vacío en su interior y al ser sólidos, materia pura sin fractura son indivisibles. La materia no puede atravesar a la materia. Sólo por la existencia de vacíos entre (no en) los átomos es por lo que el cuchillo puede atravesar la manzana. Dado que son simples y no tienen partes que puedan perder o degenerarse, los átomos de Leucipo y Demócrito son inalterables es decir, internamente invariables. No les pasa como a nuestro hidrógeno que, mediante proceso de condensación, puede dar lugar a otros tipos de átomos. Los átomos de Leucipo y Demócrito no se pueden transformar en otros de otras clases, son lo que son y tienen las propiedades que tienen ad aeternum.



- Tamaño

Los átomos además finitos en tamaño habiendo un tamaño mínimo y un tamaño máximo que pueden alcanzar. Habiendo átomos de diversos tamaños, todos ellos son, sin embargo microscópicos, o mejor dicho, invisibles e imperceptibles por nuestros sentidos. No somos capaces de verlos, como sí vemos un puñado de granos de arena. Son invisibles pero existen. Lucrecio pone dos ejemplos hermosos: aunque no lo vemos el anillo se va estrechando en el dedo con el paso del tiempo, el pomo de la puerta pierde su forma, las manos de las estatuas de tanto besarlas y la ropa mojada que se seca al sol, todos estos procesos, aunque no vemos lo que pasa porque se produce en un nivel mínimo, son pérdidas de átomos.


- Número

En lo que respecta al número la cantidad total de materia que compone el cosmos es infinita según los atomistas, por tanto, el número de átomos es infinito. Hay, además, un número infinito de clases o tipos de átomos, como veremos dentro de poco, pero de cada clase hay un número infinito de ejemplares.



- Movimiento

Infinitos en número, los átomos se agitan en un tiempo eterno y en un espacio vacío en el que no hay ni arriba ni abajo. En un espacio absoluto idéntico al espacio newtoniano. Es decir, describen un movimiento cinético azaroso tal como se postula en la teoría cinética de los gases.



- Diferencias

Los átomos presentan dos diferencias fundamentales que constituyen sus clases, que son diferencias de forma y de peso. Las más importantes son las diferencias de forma porque éstas son las que permiten la unión de los átomos debido a los choques que sufren entre ellos en su movimiento en el vacío. Algunos átomos son absolutamente esféricos y lisos por lo que jamás interactúan con otros y nunca se enganchan, mientras que otros tienen formas muy rugosas e irregulares que permiten enlaces sólidos.

Cuando varios átomos de tipo pesado se unen generan un punto de peso en el espacio que comienza a atraer mediante el principio de semejanza a otros átomos iguales. Lo que podríamos llamar núcleos de atracción gravitacional. Al formar compuestos lo bastante grandes las cosas graves – de ahí gravedad- caen o mejor dicho tienden a juntarse. Como provienen aleatoriamente desde todas direcciones forman cuerpos densos esféricos. Así, lo único que hacen los átomos es moverse y chocar, y algunas veces combinarse cuando casualmente tienen formas que pueden ajustarse. Los átomos producen vórtices por la colisión lo que crea cuerpos y en última instancia mundos.



El movimiento y su causa

Dentro de la teoría atomista es posible distinguir tres tipos de movimientos: a) el movimiento primigenio de los átomos que era un movimiento tan caótico como el flotar en todas direcciones del polvillo atmosférico que se vislumbra a través de los rayos solares que se ven por la ventana. B) De este movimiento proviene un movimiento vertiginoso que hace que los átomos semejantes se agreguen entre sí, los átomos distintos se dispongan de modo diferente y se genere el mundo. C) Finalmente existe un movimiento de los átomos que se liberan de todas las cosas y que forman los efluvios.



Diferencias cualitativas entre los seres

Sobre estas bases, las diferencias cualitativas entre los seres obedecen, de un lado a las diversas proporciones de átomos y vacío que hay en el cuerpo y, de otro, a las diferencias que hay entre los átomos que lo componen. Para defender esta idea, los atomistas sostienen que no hay razón para que tengan una figura más que otra. Además, consideraban que con ello se explica la impensa variedad de seres existenes en el mundo. Así, las diferencias cualitativas quedan reducidas en último término a diferencias cuantitativas y locales, es decir, a los átomos que se diferencian en forma, orientación y disposición, como se explica en el ejemplo de las letras. ABCD



Formación de mundos

En el movimiento azaroso en el cual los átomos se desplazaban originariamente en el vacío, hubo un instante en el que se produjeron choques entre ellos y los que tenían formas irregulares se trabaron unos con otros y formaron agrupaciones de átomos, lo que hoy llamaríamos compuestos moleculares. Es decir, la formación de cuerpos compuestos se explica por medio del encuentro casual de diversos átomos que, por la congruencia de sus formas, tamaños y disposiciones son susceptibles de enlazarse en lugar de salir rebotados. Entendiendo siempre que esta unión esde contigüidad, no de mezcla, pues los átomos son impasibles, de tal modo que la percusión violenta de otra masa de átomos puede desengancharlos sin que cada átomo pierda nunca su indivualidad.

Mediante estas combinaciones surgió un torbellino por el cual los átomos más densos tendieron hacia el centro y los más ligeros hacia fuera. De esta forma, en una primera fase se fomraron los cuatro elementos. Los átomos más pesados generaron la tierra y debido a su forma se trabaron, de manera que ya no pudieron moverse con libertad sino solo vibrar y oscilar. Los átomos más sutiles del agua, aire y fuego se vieron arrastrados al espacio donde generaron un movimiento de vórtice en torno a la tierra. Los átomos grandes de fuera de la tierra se unieron para formar masas húmedas que se secaron e incendiaron por su movimiento a través del vórtice constituyendo los cuerpos celestes, y de las colisiones subsiguientes los innumerables mundos.




Pluralidad de mundos

Es evidente que, puesto que los átomos son infinitos, también son infinitos los mundos que se derivan de ellos, distintos unos de otros (aunque en algún caso también podrían ser idénticos, ya que dentro de la infinita cantidad de comibaciones posibles cabe que exita una combinación idéntica. Es decir, dado que los átomos son infinitos en cantidad y en formas y dado asimismo que las posibilidades de reunión de estos átomos son infinitas y disponen de un tiempo infinito, no habiendo límite alguno, el número de mundos es infinito. Metrodoro de Quíos expresió este punto con una famosa y bella expresión:

“Es tan extraño que en una gran llanura crezca una sola espiga como en un vacío infinito un solo mundo.”

Todo el proceso cosmogónico de los diversos universos se describe como un proceso mecánico en el que los mundos nacen, se desarrollan y después se corrompen para dar origen a otros mundos, cíclicamente y sin final. Hay muchos mundos, unos en desarrollo, otros en decadencia; algunos acaso no tengan ni sol ni luna; otros poseen varios. Cada mundo tiene un principio y un fin. Puede ser destruido por la colisión de otro mayor.



El problema biológico

El choque y engarce casual es muy útil para explicar la formación de compuestos inertes como una montaña o un lago. Pero resulta más difícil explicar la vida que, por su definición, consiste en la reproducción de los individuos. Es decir, en que individuos de una especie dan lugar a individuos de la misma. Cómo es posible si todo se produce por choques azarosos, si todo compuesto es resultado del azar que de un gato salgan siempre cachorros de gato. ¿Qué reglas unen la composición de los elementos en la vida para que éstos no se unan azarosamente sino mediante esquemas armónicos definidos y extremadamente regulados creando el magnífico orden de la vida? Para dar respuesta a esto deberemos espera a Aristóteles, que estabilizó el azar en la vida permitiendo la continuidad de las especies. No obstante, sabemos que Aristóteles se pasó y estabilizó demasiado las cosas, algo de azar, algo de mutación irreglada debía introducirse a la mezcla para dar lugar a la evolución de Darwin. El problema biológico en las teorías atomistas materialistas es uno de los más bellos de las ciencias y hoy en día siguen siendo campo de estudio. ¿Cómo se generan leyes en un mundo inicialmente azaroso? Es que sólo el movimiento es caótico pero no las reglas de concatenación. No es azaroso que un gancho se enganche a un aro. La forma geométrica de los átomos permite un número limitado de opciones lo cual hace que los engarces no sean infinitos ni las posibilidades ilimitadas.

Azar

Los atomistas afirmaron que el mundo está regido por el azar. Esto no quiere decir, sin embargo, que no asignen causas al surgimiento de los mundos sino que no le asignan una causa inteligente o causa final, un creador o hacedor que, además imbuya de finalidad el caótico movimiento de los átomos guiando su agregación hacia formas específicas por él deseadas o limitando el número de mundos posibles. Sin el reconocimiento de una entidad espiritual o supranatural de este tipo, el orden del cosmos es el resultado de un encuentro mecánico entre los átomos y no algo proyectado o producido por una inteligencia. La inteligencia misma sigue, y no precede al compuesto atómico. Es decir, en el complejísimo proceso de agregación de los átomos se producen combinaciones que tienen como resultado seres inteligentes, pero estos son siempre posteriores y nunca anteriores o creadores del vacío, el azar, el movimiento y los átomos. Puede darse el caso, dada la infinita posibilidad, de que surjan seres con capacidades que a nosotros nos podrían parecer divinas, pero ellos no son creadores de la realidad.

El mundo sería así un gigantesco mecanismo regido por un azar por el que tanto los árboles como los astros estarían sujetos a un destino ciego. Las cualidades de las cosas serían el resultando de propiedades cuantitativas de los átomos.

Eliminación de las fuerzas

Las fuerzas de Empédocles, el amor y el odio, eran unos poderes metafóricos que debían ser eliminados de una filosofía mecanicista consecuente. Asimismo los atomistas querían explicar el mundo sin introducir la noción de propósito o causa final, una característica típica de la ciencia contemporánea.

El concepto de finalidad se puede aplicar a los asuntos humanos, de hecho, lo tomamos de nuestro modo de actuar y lo aplicamos erróneamente a la naturaleza. Nos podemos preguntar legítimamente ¿Por qué cuece el panadero pan? Para que la gente coma. ¿Por qué se construyen ferrocarriles? Para que la gente viaje. En tales casos, las cosas se explican por el fin al cual sirven. Cuando nos preguntamos por qué respecto a un suceso podemos referirnos a una u otra de estas dos cosas: podemos indicar para qué fin sirve esta acción o qué circunstancias anteriores originaron este acontecimiento. La contestación primera es una explicación teleológica o de causa fina, la respuesta a la segunda es mecánica. La pregunta mecánica conduce al conocimiento científico y la teleológica no.


La explicación teleológica desemboca generalmente en un creador o al menos en un hacedor cuyos fines se realizan en el curso de la naturaleza. Pero si un hombre es tan obstinadamente teleológico que continua preguntando qué fin persigue el creado su pregunta es impía pues implica que obedece a unos fines anteriores. Además carece de sentido, puesto que para darle significado deberíamos suponer que el creador, a su vez, fuese creado por algún supercreador a cuyos fines sirve. La concepción de la finalidad es aplicable solamente dentro de la realidad pero no a la realidad como un todo.

Un argumento parecido se aplica a las explicaciones mecánicas. Un suceso es causado por otro, este por otro tercero…etc. Pero si investigamos la causa del todo llegamos de nuevo hasta el Creador, el cual no debe tener causa. Todas las explicaciones causales deben tener, por lo tanto, un comienzo arbitrario. Por ello, no es un error de la teoría atomista haber dejado sin explicar los movimientos originales de los átomos.




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