Análisis pormenorizado de la propuesta filosófica del autor de La consolación de la filosofía, Boecio
Boecio es el primer filósofo cronológicamente medieval. Es considerado el último de los romanos y el primero de los medievales. Era de familia noble y llegó a ser un personaje influyente en la corte de Teodorico, rey que dominaba en Italia y en Roma. Murió ejecutado, tras ser declarado culpable de una polémica entre el senado romano y Bizancio, al tratar de mediar. Pasó sus últimos meses en prisión, donde escribió La consolación de la filosofía, diálogo entre Boecio y la Filosofía, que se aparece en su cautiverio para consolarle.
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Boecio fue el traductor de las Categorías de Aristóteles y de la Isagoge de Porfirio. Su influencia durante toda la baja Edad Media fue enorme, especialmente en la lógica. Él mismo se había asignado el papel de intermediario entre la filosofía griega y el mundo latino. Su primera intención era la de traducir todos los tratados de Aristóteles y los Diálogos de Platón.
Nos ha dejado una bellísima definición de filosofía:
"La filosofía es el amor a la sabiduría, que es aquel pensamiento vivo, causa de todas las cosas, que subsiste en sí mismo y solo necesita de sí mismo para subsistir. Al iluminar el pensamiento del hombre, la Sabiduría lo ilumina y lo atrae hacia sí por el amor."
Así, la búsqueda de la Sabiduría es igual que la búsqueda de Dios o del amor de Dios. Otras obras de Boecio son: Elementos de música, Elementos de aritmética, una Geometría reproducción de la de Euclides.
El sentido general de su filosofía es lograr la sinfonía o concordia entre las diferentes escuelas filosóficas y religiosas. Este era el ideal del Neoplatonismo. Parece ser que Boecio sí era cristiano, y leyó a Agustín, Proclo y Porfirio. Así se hablará de un Neoplatonismo cristianizante, aunque en Boecio no hay referencias a Cristo. Con Boecio nace el problema de los universales, suscitado por el interés de Boecio por la lógica. En la solución, el autor romano será fiel a Aristóteles. Sus traducciones del filósofo griego se usarán en la alta Edad Media y serán conocidas como “logica vetus” (lógica antigua o vieja, frente a la “logica nova” que surgirá con las nuevas traducciones del Órganonen la baja Edad Media). En Porfirio aparece por primera vez la cuestión de los universales, que serán los géneros y las especies. Este autor desarrolla los árboles que llevan su nombre, que permiten llegar a la definición de cualquier ser. La idea universal es la de ser o ente. La filosofía se divide en dos especies (tomada como género): teórica o especulativa y activa o práctica.
El primer tipo se subdivide en tantas ciencias como clases de seres hay que estudiar. Para Boecio existen tres clases de seres que son objeto de conocimiento verdadero: Intellectibilia (o intelectibles, cuya ciencia es la teología), Intelligibilia (inteligibles, cuya ciencia es la psicología, aunque Boecio no propone esta denominación) y Naturalia (naturales, cuya ciencia es la fisiología o la física). Los primeros son plenamente espirituales (o formales) y no tienen relación con la materia, por ejemplo Dios o los ángeles. Los segundos pueden unirse con la materia o pueden darse separados de ella, ya que son seres concebibles por el pensamiento puro, pero caídos en cuerpos. Son por tanto, seres espirituales aunque no puramente, como por ejemplo las almas.
Los últimos son los que en su aspecto de cognoscibilidad, pueden ser objeto de la inteligencia, por ejemplo los astros. La materia no inteligible sería puro no-ser, y por eso no aparece en este esquema de los seres. Dentro de esta clasificación aparece el problema de los universales, con la pregunta sobre qué es el ser o el ente. Los universales más amplios (ser o ente) se pueden dividir para llegar a lo más concreto o lo más material. Así, se dividen en géneros, que a su vez se pueden especificar, es decir, dividir en especies. La cuestión es si “racional” es un género o una especie. Así, la cuestión se plantea en términos de qué clase de realidad tienen estos conceptos. En la cuestión de los universales, la opinión de Boecio es muy afín a la de Aristóteles. El autor romano demuestra por un lado, la imposibilidad de que las ideas generales sean sustancias. Los géneros y las especies son, por definición, comunes a grupos de individuos; ahora bien, lo que es común a varios individuos no puede ser, por su parte, un individuo.
De hecho, Boecio se adhiere a una solución propuesta por Alejandro de Afrodisia: los sentidos nos proporcionan las cosas en un estado de confusión o, al menos, de composición; nuestro espíritu, que goza del poder de disociar y recomponer estos daros, puede distinguir en los cuerpos, para considerarlas separadamente, propiedades que solo se encuentran en ellos en estado de mezcla. Los géneros y las especies son unas de tantas. Quizá se objete que estamos pensando algo que no existe, pero esta objeción sería insustancial, ya que no hay error en distinguir con el pensamiento lo que está unido en la realidad, con tal que se sepa que lo que se distingue así con el pensamiento se halla así unido en la realidad. Entonces, la solución del problema de los universales es que estos subsisten en unión con las cosas sensibles, pero no se conocen separadamente de los cuerpos. Pero si forzáramos un poco más a Boecio, comprobaremos que la cuestión no está del todo resuelta. La solución de Boecio no nos muestra cómo lleva a cabo el espíritu esa operación de separación, ni tampoco su naturaleza ni su condición. De cualquier forma, la Idea es la realidad que corresponde a los universales.
Para Boecio, la ciencia más alta es la que tiene por objeto el pensamiento puro, esto es, lo intelectible, o Dios. Para demostrar su existencia, Boecio se apoya en lo siguiente: la existencia de lo imperfecto en un orden cualquiera presupone la de lo perfecto, que no puede ser otra cosa que Dios, por ser además el principio de todas las cosas. Por ser perfecto, Dios es el bien y la felicidad. En opinión de Boecio, la felicidad es el estado de perfección que consiste en poseer todos los bienes. Dios es, pues, feliz, o mejor dicho, la felicidad misma; de aquí se produce el corolario de que los hombres solo pueden ser felices participando de Dios, y haciéndose dioses. Pero este Dios se escapa a las determinaciones de nuestro pensamiento. Dios es absolutamente uno, y por ello escapa a todas las categorías. Después de Dios, está lo inteligible, que es el alma. Boecio opina que las almas han preexistido a los cuerpos. En la Consolatio también se trata el tema de la Rueda de la Fortuna.
Los seres naturales tienden naturalmente a sus lugares naturales, donde se asegurará su integridad; el hombre puede y debe hacer lo mismo, pero lo hace por su voluntad, que es sinónimo de libertad. Cuanto mejor se use la razón, más libre se es. Dios goza de un conocimiento tan perfecto que su juicio es infalible, y por ello su libertad es perfecta. El alma del hombre es tanto más libre cuanto más se rige por el pensamiento divino. Querer lo que el cuerpo desea es el último grado de esclavitud; por el contrario, querer lo que Dios quiere, amar lo que ama, es la más sublime libertad, y por tanto, la felicidad. Pero aquí aparece el problema de los “futuros contingentes”, que ya apareció en Agustín de Hipona. Boecio soluciona este problema disociando sus componentes: el de la previsión y el de la libertad. Dios prevé de manera infalible los actos libres, pero los prevé como libres; el hecho de que tales actos sean previstos no exige que sean necesarios. Por ello, Dios no prevé sino que provee. Ve eternamente lo necesario como necesario y lo libre como libre. Por otro lado, Boecio es parco a la hora de explicar el origen del alma, y más escueto aún en cuanto se refiere a su fin. Sí apunta que los buenos se deifican por ser buenos, y los malos se condenan por serlo, siendo ese su castigo. Boecio no duda de la existencia del purgatorio.
El estudio de la naturaleza es abarcada por un grupo de cuatro ciencias llamado Quadrivium: aritmética, astronomía, geometría y música. La filosofía práctica se subdivide de acuerdo con los actos que hay que realizar. Comprende tres partes: la que enseña a conducirse a sí mismo mediante la adquisición de las virtudes; la que consiste en hacer reinar en el estado esas mismas virtudes de prudencia, justicia, fortaleza y templanza; y por fin, aquella que preside la administración de la sociedad moderna. Así, se añaden otras tres disciplinas, que conforman el llamado Trivium: la gramática, la retórica y la lógica. Pero a propósito de la lógica surge la dificultad de si debe ser considerada arte o ciencia. Sería el arte de discernir lo falso y lo verosímil de lo verdadero, pero a la vez sería ciencia en cuanto instrumento usado por los filósofos. La lógica de Boecio es un comentario a la de Aristóteles. En cuanto a la naturaleza, Boecio opina que Dios adorna una materia caótica con formas a imagen de las Ideas; las doctrinas de los números, de los elementos, del alma del mundo y de la liberación del alma mediante la contemplación se encuentran documentadas brevemente en la obra de este autor. Boecio subordina a la providencia eso que él llama destino. Considerado en el pensamiento ordenador de Dios, el orden de las cosas es la providencia. Se identifican bien y ser, y mal y no-ser. Las cosas, sustancialmente buenas, se diferencian del sumo bien (Dios) en que cada ser individual es una colección de accidentes, única e irreducible a cualquier otra. El hombre es a la vez cuerpo y alma. Aquí cabe distinguir entre el ser y lo que es. En una sustancia simple como Dios, se puede decir que su ser y lo que es son la misma cosa, en virtud de su simplicidad. En los seres compuestos, ese “ser”, distinto de “lo que es” es su elemento constitutivo. Todo compuesto está hecho de elementos determinados por un elemento determinante.
El último determinado es materia, el último determinante es la forma. El alma es aquello por lo que el hombre es, por ejemplo. Luego el ser de una sustancia compuesta es la forma por la que dicha sustancia es lo que es. Pero solo es una parte de ella, y considerada separadamente, no es. El mundo de los cuerpos naturales es para Boecio un conjunto participante de las Ideas divinas, ordenado por la providencia. Por ser formas puras, las Ideas no pueden unirse a la materia; pero de esas formas inmateriales han surgido otras que están en la materia y forman los cuerpos. Para ser exactos, no son formas, sino simples imágenes de las formas propiamente dichas que son las ideas de Dios.
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