Exposición pormenorizada de los rasgos fundamentales del pensamiento, el arte y la política de la civilización micénica
HEINRICH SCHLIEMANN Y EL DESCUBRIMIENTO DE LOS MINOICOS
Los aqueos, nombre original de los micénicos, fueron descubiertos y traídos de nuevo a la memoria de occidente por una estrella de la arqueología, el estridente, romántico y muy imaginativo explorador prusiano Heinrich Schliemann.
Tal como el propio Schliemann relata en sus memorias, a la temprana edad de 7 años su padre le regaló un libro ilustrado de historia para niños en el que aparecía un precioso grabado que representaba el incendio de la ciudad de la mitológica Troya de Homero.
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El joven Schliemann, completamente admirado por los relatos de Homero, preguntó a su padre por los héroes, los dioses y las grandes aventuras narradas en los versos griegos, por el hogar de Príamo y la bella Helena, pero éste le advirtió que de eran meras leyendas y que ninguno de esos lugares había existido realmente. Fue entonces, con sólo siete años, cuando Schliemann – según él mismo nos cuenta- le dijo a su padre que sería él quien descubriría Troya.
A pesar de haber nacido en una familia humilde, Schliemann consiguió despuntar y tras amasar una inmensa fortuna debido a su enorme talento como economista; y dotado además de una brillante capacidad intelectual que le permitió dominar a la perfección más de siete idiomas y devorar los libros de historia antiguas, Schlimann comenzó realizar y dirigir excavaciones a partir de 1870 descubriendo, entre muchos otros sitios, primero Troya y después Micenas.
LA GUERRA DE TROYA
A principios del silgo XIX, cuando la nueva ciencia arqueológica comenzaba a dar sus primeros pasos, un aluvión de descubrimientos pertenecientes a todas las grandes civilizaciones antiguas comenzaron a inundar los periódicos y la imaginación de los europeos.
No obstante, para la mayoría de los eruditos, Troya o como fue llamada por Homero en la Ilíada, Ilión no era más que una mera leyenda formada en el imaginario colectivo oral de los griegos y puesta por escrito con el paso de los siglos por un probablemente inventado poeta llamado Homero. Troya era sólo un fantasma, una mera alegoría poética usada por los griegos para justificar sus raíces fundacionales.
Según relatan los hexámetros dactílicos de la Iliíada, la ciudad de Troya fue escenario de una temible guerra entre sus habitantes, los troyanos gobernados por Príamo y una liga formada por los griegos y capitaneada por los aqueos, provocada por el rapto de la bella Helena por parte del príncipe troyano Paris. Helena la esposa de Menelao que era, nada menos, que el rey de Esparta.
Esta ruptura absoluta de las normas y los tabúes ancestrales del matrimonio no fue, sin embargo, culpa de Paris sino el resultado de la rivalidad entre tres de las principales diosas olímpicas: Afrodita, Hera y Atenea que, queriendo dirimir quién era de las tres la más bella, eligieron al joven e inocente Paris como juez imparcial.
Haciendo trampas, como era propio de los dioses griegos, ninguna de ellas dejó al joven deliberar con libertad sino que se le aparecieron en secreto ofreciéndole cada una un don distinto.
Hera le ofreció a Paris el control de Asia, Atenea la inteligencia y la victoria en todas las batallas y Afrodita el amor de mujer más bella de la tierra que, para desgracia de todos, era Helena.
La grandísima ofensa al rey de Esparta fue respondida por el asedio de los griegos, comandados por Agamenón hijo de Atreo, y rey de Micenas que, a punto estuvo de hundir sus propios propósitos al arrebatarle a Aquiles, el héroe indiscutible de toda la epopeya a su esclava troyana Briseida.
A modo de venganza, por la impertinencia de Agamenón Aquiles decidió retirar sus tropas de mirmidones y el bando griego comenzó a ser claramente vencido por los troyanos.
En este momento, Patrocolo, primo de Aquiles decidió ayudar a los griegos poniéndose las armaduras de Aquiles que aterrarían a los troyanos y entrar en batalla, con tal mala suerte que acabó luchando con el príncipe Héctor, hijo de Príamo que muy pronto le mató.
Cuando Aquiles se entera de la muerte decide volver a la batala para vengarse de los troyanos que no querían devolverle el cuerpo de Patroclo y matar a Héctor. Aquiles consigue su propósito y decide atar el cadáver de Héctor a su carro y arrastrarlo por la playa.
Desolado el rey Príamo baja a la playa de Troya, al campamento de los aqueos para suplicarle a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo y así poder enterrarlo en paz. Ante tal acto paternal y sentimental, Aquiles decide darle al rey troyano lo que pide, ya que ambos están en la misma situación, es decir, llorando la muerte de uno de sus seres más queridos.
Finalmente, con la treta del famoso caballo de madera, los griegos consiguen entrar en la ciudad y Troya acaba siendo consumida por el fuego hasta los cimientos.
A comienzos del XIX algunos estudiosos con una perspectiva algo divergente respecto a las lecturas oficiales, comenzaron a barajar la posibilidad de que Ilión hubiese existido realmente y comenzaron a proponer algunos lugares para el emplazamiento de la mitológica Troya.
Entre ellos destacó Frank Clavert, cónsul de Inglaterra en Turquía, que, basándose en las indicaciones de Homero, propuso como posibilidad una colina situada muy cerca de la costa del estrecho de los Dardanelos denominada Hissarlik. Convencido de que allí debía hallarse Ilión, Clavert comenzó a excavar pero tras unos tímidos pero prometedores descubrimientos se quedó sin dinero.
Fue entonces cuando en 1868 provisto de su enorme fortuna llegó a la región Schliemann quien compró a Clavert el terreno y comenzó con las excavaciones.
Con bastantes pocos conocimientos arqueológicos pero con mucho entusiasmo y con la obra de Homero en una mano, Schliemann litarlamente partió en dios la colina de Hissarlik hasta encontrar los restos de una pequeña ciudad amurallada que parecía haber sido consumida por el fuego.
La evidencia de objetos carbonizados hizo que Schliemann considerara que indudablemente había hallado la mitológica troya aunque, como ya hemos visto en sesiones anteriores, en realidad, se trataba de un estrato perteneciente a una ciudad muy anterior temporalmente a la que podría haber sido el escenario de las aventuras de Agamenón.
Lo que Schliemann había encontrado era, en verdad, un asentamiento con diez fases de ocupación que se extendía en el tiempo más de 4500 años desde el neolítico hasta la época bizantina con 47 subdivisiones adicionales.
Lo más relevante de esta ciudad, más allá de la lectura mitológica, es que fue un importante emplazamiento comercial que permitía el control del tráfico marítimo, control que pasó de los minoicos a manos de los micénicos.
MICENAS
Fue el segundo gran descubrimiento de Schliemann el que precisamente bautizó a esta nueva civilización. En las navidades del año 1876 el monarca griego Jorge Primero recibió en el Palacio Real de Atenas el siguiente telegrama:
"Con gran alegría comunico a Su Majestad que he encontrado los monumentos de los que habla en su relato Pausanias y que se pueden identificar como las tumbas de Agamenón, de Casandra, de Eurimedonte y de sus hetairas, asesinados mientras comían, a manos de Clitemnestra y de su amante Egisto. Estas tumbas están rodeadas por un doble muro paralelo de piedra que se construyó, sin lugar a dudas, para enterrar los restos de estas altas personalidades. En el interior de estas tumbas he encontrado una enorme cantidad de objetos valiosos enteramente realizados en oro. Este tesoro sería suficiente para llenar todo un museo, que sería el más bello del mundo entero y un motivo de atracción para miles de extranjeros de todo el mundo que, atraídos por la grandeza de estos hallazgos, vendrían a Grecia a admirarlos. Dado que trabajo gratis et amore para la ciencia, no quiero nada para mí de este tesoro que entrego con infinito entusiasmo a Grecia. Así pues espero que, con la bendición de Dios nuestro señor, estos tesoros se conviertan en una nueva fuente de riqueza nacional".
Schlimann había encontrado la ciudad fortificada de Micenas y, con ella, la nueva civilización descubierta sería conocida conocida desde entonces como la micéncia.
Los micénicos desarrollaron una cultura particular en la cual destacó el enorme influjo del arte cretense. En cierto sentido, los micéncios tuvieron una relación con los minoicos parecida a la de los romanos con los griegos. Es decir, para entendernos. Los micénicos vendrían a ser los romanos de la época imperial: un pueblo guerrero, feroz y expansionista de sagaces comerciantes e inmisericordes generales, inmensamente rico y gobernado por un monarca absoluto. Pero al mismo tiempo, un pueblo con una cultura prestada, una cultura tomada incluso en su aspecto religioso de la brillante civilización griega que, si bien no pudo dominar el mundo económica ni políticamente, sí lo hizo cultural y artísticamente.
De la misma forma, los micénicos, desde el punto de vista del arte que es lo que en este curso estamos estudiando, bebieron con avidez de las fuentes minoicas y sus expresiones artísticas en muchos casos son poco originales como veremos en seguida.
EL GOBIERNO MICÉNICO
Muy semejantes en el arte, los micénicos no pudieron ser más diferentes a los minoicos en sus modelos políticos. Esta civilización se sustentó en un sistema social férreamente jerarquizado y en contraste con lo visto en las clases anteriores, los palacios micénicos dispusieron de impresionantes fortificaciones de murallas de piedra hechas con bloques gigantescos de hasta 6 metros de grosor, hecho que nos lleva a pensar que se veían frecuentemente envueltos en confluctos bélicos.
Conocemos su organización mejor que la minoica porque su historia ha llegado hasta nosotros en una multitud de tablillas en lineal B, lengua minoica que los micéncios adoptaron al hacerse con el poder.
El estudio de estas tablillas ha podido revelar que al frente de la sociedad micéncia estaba el llamado señor o wanax, el rey caudillo. El término wanax también suele ser usado en las tablillas para referirse a los dioses de ahí que se haya considerado que el gobernante micénico tenía también atribuciones religiosas. La fusión entre poder y religión que hemos visto en Egipto y Mesopotamia y que no parecía existir en Creta llega, con los micénicos, al Egeo.
Por debajo del señor, del wanax, se situaban el lawagetas o general del ejército que dirigía las tropas. Vemos aquí completada la tríada de la autocracia concentrada en una sola persona que en verdad era una teocracia al ser el rey también sacerdote, junto al poder bélico y militar. Un esquema de gobierno absolutamente calcado al que desarrollarán los emperadores romanos.
Por debajo de los altos representantes del ejército se encontraban lostelestaio sacerdotes y los hequetaso altos funcionarios del palacio. En la base de la sociedad estaban el damo o demos, es decir el pueblo formado por agricultores y artesanos.
Con el tiempo y el desarrollo económico los señores micénicos acumularon inmensas riquezas como podremos ver a lo largo de las próximas sesiones. Su enriquecimiento derivó del comercio pero también del saqueo y la rapiña de otras ciudades. Hay consancia de que sus redes llegaron hasta Sicilia, Italia e incluso hastsa la Península Ibérica.
En lo que hace a la religión sabemos, gracias a las tablillas conservadas que los micénicos comenzaron a desarrollar los primeros pasos de una espiritualidad proto-olímpica.
En sus textos abundan los nombres de dioses completamente desconocidos pero aparecen también algunos de los que formarán el panteón griego como Zeus, Atenea, Poseidón Hermes, Artes, Artemisa y Dionisos.
En el palacio de Cnossos ahora bajo el poder de los micénicos parece que siguió vivo el culto a una diosa femenina aunque el culto a Zeus fue haciéndose cada vez más y más potente.
En Pilos, otro importantísimo asentamiento micénico destaca el culto a Poseidón que fue una de las divinidades más importantes asociada a los terremotos y, por supuesto al omnipresente mar.
Este culto a Poseidón parece haber estado en los orígenes de la civilización griega pues el mito de la fundación de Atenas lo recoge.
Según los relatos antiguos Atenea y Poseidón compitieron por ser los patrones, los dioses principales de Atenas ofreciendo cada uno un regalo a sus ciudadanos. Poseídón, quien llegó primero, ofreció el gobierno de los mares y tras golpear en la Acrópolis con su tridente hizo nacer un pozo de agua salada sobre el que se erigió el templo Erecteion.
Atenea, por su parte, a pesar de haber llegado en segundo lugar, ofreció al pueblo el primer olivo cuyos frutos no sólo garantizaron la riqueza y el alimento del recién nacido pueblo sino la consagración de su ciudad a Atenea, Atenas y la posterior construcción en su honor de una de las más grandes maravillas arquitectónicas de la historia, el Partenón que estudiaremos en detalle más adelante.
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