Explicación detallada de la teoría filosófica del pensador medieval Agustín de Hipona
Agustín de Hipona fue, sin lugar a dudas, el filósofo más influyente en la Alta Edad Media y, después, en toda la posterior historia del pensamiento occidental. Hallamos ecos de su pensamiento desde los inicios de la Modernidad hasta nuestros días. Su filosofía se distingue especialmente por estar íntimamente ligada con su biografía vital ya que, de hecho, sus textos teóricos entremezclan constantemente pequeños fragmentos autobiográficos.
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BIOGRAFÍA DE AGUSTÍN DE HIPONA
Agustín (13 de noviembre de 354- 28 de agosto de 430) nació en Tagaste, la actual Argelia, en el seno de una familia que poseía la ciudadanía romana. Su madre, según él mismo cuenta, era cristiana y su padre pagano. El joven Agustín recibió una esmerada educación clásica y pasó a convertirse, posteriormente, en profesor de gramática, retórica y literatura. Deseoso de fama, Agustín abandonó su ciudad natal y viajó a Roma que le supuso una enorme decepción. A continuación se trasladó a Milán ciudad en la cual siguió buscando el poder y la fama llevando una vida realmente licenciosa, tal como él mismo relata en sus Confesiones. Agustín estaba profundamente interesado por el conocimiento, hecho que se revela en su preocupación constante por leer y conocer las distintas propuestas de su época. Esta curiosidad le llevó a integrarse, en primer lugar, en la religión maniquea.
El maniqueísmo era –perduró aproximadamente hasta el siglo XVII- una religión universalista, dualista y materialista que nació en el siglo III en Babilonia –imperio sasánida- y se expandió por Oriente hasta China y por todo el imperio romano siguiendo la ruta de la seda. El maniqueísmo sostenía la existencia de dos divinidades originales contrapuestas (el bien y el mal) de poder casi idéntico que se enfrentaron al comienzo de los tiempos creando, como resultado de su batalla, el mundo. Tanto el bien como el mal que hay en nuestro mundo se explicaba por los restos aún presentes de ese combate inicial. Agustín comenzó a entablar intensos debates con los maniqueos pero muy pronto advirtió que ninguno de ellos era capaz de responder a
todas sus preguntas.
Del maniqueísmo, Agustín pasó al escepticismo o, como se denominaba en su época, a la Academia. Este término puede parecer algo confuso ya que, ciertamente, nos referimos a la Academia de Platón. No obstante, a lo largo de los nueve siglos que esta institución estuvo abierta los escolarcas que se sucedieron adoptaron posiciones muy diversas y no siempre fueron seguidores de un platonismo puro. Precisamente, en la época de Agustín, los académicos eran escépticos. Como veremos más adelante, Agustín tampoco se sintió satisfecho con esta forma de pensamiento pasando a adentrarse en el neoplatonismo. Tras un breve periodo neoplatónico, Agustín se convirtió al cristianismo por influjo del obispo de Milán, Ambrosio. Tras su conversión Agustín se marchó a Hipona donde fundó el primer monasterio cristiano y fue nombrado por el pueblo obispo.
LA FILOSOFÍA DE AGUSTÍN DE HIPONA
Una de las cuestiones fundamentales que centraron el pensamiento de Agustín fue el problema epistemológico de la verdad. En el diálogo Contra académicos Agustín estableció las bases de la fundamentación de todo el conocimiento analizando sus condiciones mínimas de posibilidad. Para los escépticos el conocimiento no era posible pero Agustín distingue entre sus posiciones dos tipos:
a) Escepticismo absoluto: no es posible conocer nada acerca de nada. Esta posición, en opinión de Agustín, es completamente insostenible e inasumible ya que deja al ser humano en la absoluta desesperación. Si no podemos saber nada en absoluto ¿qué debemos hacer con nuestra vida? Los escépticos sostenían que la vida debía ser tomada como una búsqueda constante de la verdad bajo la convicción de que ésta es, en el fondo, inalcanzable. Para Agustín una búsqueda sin ninguna garantía de éxito era absurda ya que sin
meta la vida no puede tener sentido.
b) Escepticismo parcial: hay regiones de la realidad que no pueden ser conocidas en absoluto mientras que de otras podemos tener un cierto saber.
A continuación, Agustín realiza una segunda distinción en la cual separa otras dos posibles posiciones:
a) Escepticismo radical
b) Escepticismo probabilístico
El escepticismo radical queda descartado por autocontradictorio. En el caso del escepticismo probabilístico, defendido por Carnéades, se entiende que basta con que la probabilidad de que algo sea verdadero se me imponga como para aceptarla. Lo verdadero, para Carnéades, no está al alcance del ser humano aunque sí lo verosímil. Agustín tampoco se sintió convencido con esta posición y consideró que el escepticismo probabilístico era inestable y, por ello, insostenible ya que, desarrollado, o lleva al escepticismo radical o bien al llamado dogmatismo, es decir, a la afirmación de que, al menos hay alguna verdad: que una afirmación sea más probable que otra.
TEORÍA DEL CONOCIMEINTO:
EL ILUMINISMO
Frente a los escépticos, Agustín estaba convencido de la posibilidad del ser humano de alcanzar la verdad, sin embargo, era necesario aclarar antes el método por el cual ello podría darse. Toda la antropología agustiniana se centra, precisamente, en la explicación del conocimiento. Así, según nuestro autor, los seres humanos se caracterizan por tener dos tipos de sentidos:
a) Los sentidos externos: con los cuales conocemos verdades de índole inferior, es decir, aquellas que son relativas a las propiedades sensibles de los cuerpos naturales (temperatura, color, sabor…etc.)
b) Los sentidos internos: estos sentidos trabajan a partir del material ofrecido por los externos, carecen de reflejo somático, no son orgánicos y su actuación consiste en la reunión bajo conceptos universales de las propiedades individuales de los cuerpos sensibles.
Junto a los dos tipos de sentidos, Agustín destaca la existencia de una tercera facultad humana que es la capacidad cognoscitiva (ratio-mens). Es decir, la razón por medio de la cual juzgamos y argumentamos. Para Agustín, sin embargo, las verdades captadas por el entendimiento no son las últimas sino que, como condición de posibilidad de todas ellas está la “verdad” en sentido pleno y absoluto que se identifica con Dios. El conocimiento, por tanto, se produce por medio de un proceso de iluminación por medio del cual la gracia de Dios permite acceder a las verdades innatas que están presentes en la mente de todos los seres humanos.
EL PROBLEMA DEL MAL
El segundo problema más importante de la filosofía agustiniana era el problema del mal. Agustín no admitía la concepción maniquea según la cual el mal formaba parte cosustancial del mundo y tenía, además, un origen divino. Dentro del esquema monoteísta el Dios Padre creador no podía ser también el origen del mal en el mundo. En este punto nuestro autor se muestra realmente original respecto a toda filosofía anterior. Según Agustín, el mal no existe: tenemos vivencias del mal pero éste no es un ser, es decir, un ente más entre los creados sino que debe ser entendido como mera
privación o ausencia de bien. Pero si ello es así ¿cómo se ha introducido el mal en el mundo?
En lo que respecta al problema del mal, la historia de la filosofía ha ofrecido cuatro respuestas fundamentales –matizadas en el pensamiento de cada autor- que podemos resumir en los siguientes puntos.
a) Maniqueísmo: el mal es el resultado de una pugna entre dioses y, como tal, forma parte del mundo. Los responsables del mismo, por tanto, no son los hombres.
b) Visión trágica: el mal tiene un origen divino que se deriva del uso que hacen los dioses del hombre. En la mitología griega los dioses se apoderan de los seres humanos y les llevan a hacer atrocidades. En este segundo caso la responsabilidad del mal tampoco es humana.
c) Orfismo: El mal proviene de un ser proto-humano, que no es un dios pero tampoco un ser humano completo. Se trata del alma que, según cuentan los mitos órficos, cometió algún tipo de falta moral por la cual fue castigado a caer en el mundo sensible y quedar encarcelada en el cuerpo. Como vemos, en este tercer caso, la responsabilidad no es tampoco plenamente humana.
d) El pecado original: esta última es la posición defendida por Agustín y viene a sostener que el mal se debe exclusivamente al ser humano. Su entrada en el mundo se produjo en el Jardín del Edén a causa de la decisión de Adán. Se trata de un mal que permea y contagia a toda la humanidad, que ni siquiera Cristo pudo redimir, y que sólo puede ser superado por medio de la gracia que Dios concede a algunos hombres.
Frente a la herejía cristiana del pelagianismo, para la cual tras el pecado original el ser humano había quedado degradado sólo de forma parcial siéndole posible todavía conocer y obrar bien con un gran esfuerzo, para Agustín la naturaleza humana estaba completamente degradada siendo incapaz de resistir al mal y a la tentación.
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