Durante la Alta Edad Media instituciones como la Casa de la Sabiduría de Bagdad conservaron y protegieron el legado greco-latino de la Antigüedad
A comienzos del siglo VII de nuestra era, una nueva religión monoteísta, el Islam, apareció en la Península Arábiga. Su rápida expansión hacia el norte llevó al califa Omar ibn al-Jattab a conquistar en torno al año 639 d.C. las regiones en las que se habían refugiado algunos de los filósofos que habían huido tras la prohibición de la enseñanza para los paganos, decretada por el emperador bizantino cristiano Justiniano, y el consiguiente cierre de la Academia de Platón.
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Tras el decreto de Justiniano, los filósofos se dirigieron al Este, muchos a la ciudad de Harrán, otros a Nísibis y Edesa, y algunos aún más lejos, a Yundisapur. La elección de Persia no fue arbitraria; el reino sasánida reunía dos condiciones fundamentales: la tolerancia religiosa y el interés del rey persa Cosroes I por la filosofía griega. Además, en Nísibis ya existía una escuela neoplatónica nestoriana que contaba con el permiso real para cultivar tanto su fe religiosa como el estudio de la filosofía.
Los nestorianos, fundadores de esta escuela, eran cristianos considerados herejes tras ser excomulgados en el Concilio de Éfeso en el año 431. Debido a la hostilidad en el Imperio Bizantino, los nestorianos buscaron refugio en el imperio sasánida. Así, los filósofos paganos siguieron el mismo camino que los cristianos herejes y algunos se unieron a la escuela nestoriana de Oriente.
El escritor bizantino Agatías (536-582) aporta en su obra "Historias" uno de los testimonios más importantes sobre el exilio de los académicos platónicos a Persia después del cierre de las escuelas paganas. Según Agatías, estos filósofos no estaban satisfechos con la opinión predominante en Roma respecto a lo divino y encontraron en Persia un régimen político más favorable.
Aunque Justiniano revocó parte de su decreto en el año 532, tras un tratado de paz con Persia que garantizaba la libertad de conciencia para los filósofos paganos, la Academia no reabriría sus puertas, y sus académicos quedaron dispersos por el imperio bizantino y Oriente Próximo.
En este contexto, surge el Islam como la tercera religión monoteísta que marcaría la historia de Europa y la cultura occidental. Los académicos, en su huida hacia Oriente, se llevaron consigo muchos de los textos griegos que custodiaban las bibliotecas de las antiguas escuelas paganas, y algunos instauraron una nueva escuela neoplatónica en Harrán, inspirada en la Academia de Platón.
Esta ciudad, como otras regiones orientales elegidas por los filósofos, fue conquistada por el califa Omar ibn al-Jattab en el año 639. Así, el contacto del Islam con la filosofía griega se produjo en un momento extremadamente temprano en su desarrollo.
Mientras Europa se sumía en el estancamiento al final de la Antigüedad, el Islam tomó el relevo en el cultivo de la filosofía, especialmente la platónica. Los califas fomentaron la recuperación y el estudio de los textos paganos que encontraron, reconociendo su valor para construir una gran civilización.
Durante el siglo VII, bajo los califatos de los Rashidun y los Omeyas, los musulmanes expandieron su dominio territorial, conquistando regiones que habían sido parte del Imperio Bizantino y del Imperio Sasánida. Esta expansión incluyó áreas con ricas tradiciones filosóficas como Alejandría y Antioquía, que aún eran importantes centros de aprendizaje helenístico.
El segundo momento crucial para la supervivencia de la filosofía griega tuvo lugar en el siglo IX, durante el califato abasí, con la creación en Bagdad de la célebre Casa de la Sabiduría (Bayt al-Hikma). En esta institución, se tradujeron al árabe numerosos textos griegos, incluidos los diálogos platónicos, lo que permitió una enorme expansión del conocimiento en el mundo islámico.
La Casa de la Sabiduría no solo preservó y transmitió la filosofía griega, sino que también la integró en un intercambio intelectual que tuvo repercusiones duraderas en la cultura occidental.
El contacto con el pensamiento griego también inspiró el surgimiento de la falsafa, o filosofía islámica, en la que Platón tendría una enorme relevancia. Los filósofos musulmanes se sintieron especialmente atraídos por la metafísica de Platón y por el neoplatonismo, integrando estas ideas en su propia tradición intelectual.
Entre los más importantes seguidores de Platón en el mundo islámico destacan Al-Kindi, Al-Farabi y Avicena, quienes no solo preservaron y comentaron las ideas platónicas, sino que también las desarrollaron y adaptaron a un contexto islámico.
Sin embargo, la Edad de Oro de la filosofía en el mundo islámico tuvo su fin con la desintegración del califato abasí y la invasión mongola de Bagdad en 1258, que marcó el declive de la Casa de la Sabiduría.
Uno de los últimos grandes filósofos musulmanes fue Averroes, cuyo intento de reconciliar la filosofía griega con la teología islámica encontró una fuerte oposición por parte de los teólogos conservadores. A pesar de ello, sus comentarios sobre Aristóteles influyeron profundamente en la filosofía europea de la Baja Edad Media.
Tras la conquista cristiana de la península ibérica y el sur de Italia, los monarcas cristianos encontraron en las bibliotecas musulmanas una enorme riqueza cultural que aprovecharon, iniciando un renacimiento filosófico en Europa. En este contexto, la Escuela de Traductores de Toledo desempeñó un papel crucial en la transmisión del conocimiento greco-islámico al mundo latino.
Este proceso de recuperación del saber griego durante la Baja Edad Media, conocido como el primer renacimiento, sentó las bases para el gran renacimiento italiano, en el que Platón tendría un papel absolutamente central.
Otro importante influjo del platonismo durante esta época se produjo en el pensamiento judío, destacando entre ellos la figura de Maimónides. Este filósofo, influido tanto por Aristóteles como por Platón, intentó reconciliar la filosofía con la teología judía, dejando una huella importante en la tradición intelectual judía.
Este proceso de recuperación y transmisión del saber griego fue fundamental para el posterior desarrollo de la filosofía y la ciencia en Europa, marcando el inicio de una nueva era en la historia del pensamiento occidental.
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