top of page
Youtube Aletheiablanco.png
Aletheia.jpg
Captura de Pantalla 2022-10-31 a las 18.25.53.png

La religión de los magos persas

Exploramos los fundamentos del culto babilónico y persa


La religión de los magos


Heródoto continúa su relato mostrando la primera evidencia de contagio externo en la espiritualidad persa:


“(…) En los sacrificios (…) los persas observan el siguiente ritual: cuando se disponen a ofrecer un sacrificio, no levantan altares ni encienden fuego; tampoco se valen de libaciones, ni de flautas, cintas ni granos de cebada. Cuando alguien quiere ofrecer un sacrificio a uno de sus dioses, conduce a la víctima a un lugar puro e invoca a la divinidad llevando en la cabeza una corona, generalmente de mirto. Ahora bien, el que sacrifica no puede implorar el favor de la divinidad exclusivamente sólo para él, sino que ruega por la ventura de todos los persas y del rey (…). Después de hervir la carne, una vez descuartizada la víctima en trozos menudos, esparce por el suelo la hierba más tierna posible, generalmente trébol, y sobre ella coloca todos los trozos de carne. Una vez que los ha depositado, un mago, presente al efecto, entona un himno, pues ocurre que sin un mago no tienen por norma hacer sacrificios. Y, tras un breve instante de espera, el celebrante se lleva los trozos de carne y hace con ellos lo que le viene en gana.”



 



Este interesante fragmento hace referencia a la segunda gran corriente religiosa que arraigó en el imperio aqueménida: la religión de los magos. En el complejo crisol espiritual de los persas, la presencia de este tipo de intermediarios ceremoniales revela la asimilación, sobre el sustrato animista, de una casta sacerdotal de origen sumerio. Desafortunadamente nuestro conocimiento sobre los magos persas no va más allá de unos pocos datos basados, una vez más, en fuentes foráneas. Las pocas pistas conservadas vienen a indicar que conformaban una casta sepa-rada dentro de la sociedad, organizada bajo la forma de una tribu de miembros relacionados por lazos de sangre con gran influjo sobre la realeza.

Su peso en la política se debía a la principal tarea por la que los magos fueron conocidos en la Antigüedad: su capacidad de interpretar los sueños con vistas a vaticinar el porvenir de los reyes. Es decir, además de guiar los sacrificios dedicados a las fuerzas primordiales de la naturaleza, los magos actuaban como augures y consejeros de la corona. Las referencias históricas más antiguas sobre estos misteriosos sacerdotes se encuentran en la Tanaj hebrea, concretamente en el libro de Daniel, escrito aproxi-madamente en torno al 530 a.C.:


“Respondió el rey y dijo a Daniel (…): ¿Podrás tú darme a conocer el sueño que he visto y su interpretación? Daniel respondió ante el rey y dijo: El misterio que el rey quiere saber, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden declarar al rey.”


“Y vinieron magos, astrólogos, caldeos y adivinos; y les conté el sueño, pero no me dieron a conocer su interpretación.”


“Beltsasar, jefe de los magos, ya que sé que hay en ti espíritu de los dioses santos y que ningún misterio es difícil para ti, dime las visiones de mi sueño que he visto y su inter-pretación.”


En los tres versículos se describe la comprensión del mundo onírico y la extracción de vaticinios sobre el futuro como un saber superior –fuera del alcance de todo ser humano, incluido el propio rey– que sólo unos pocos elegidos poseen por mediación directa de la divinidad. Esta supuesta habilidad de comprender el sentido lo que está cifrado simbólicamente en sueños fue también recogida por Heródoto en sus Historias:


“Sometió, entonces, la visión al juicio de los magos intérpretes de sueños y quedó aterrorizado cuando supo por ellos el significado de la misma.”


“Ante esta visión, que sometió al juicio de los intérpretes de sueños, hizo venir de Persia a su hija, que estaba próxima a dar a luz, y a su llegada la hizo vigilar con el propósito de dar muerte al ser que engendrara, pues, basándose en su visión, los magos intérpretes de sueños le auguraban que el fruto de su hija llegaría a reinar en su lugar.”


La casta de los magos se garantizaba con este privilegio una posición inamovible al ser la poseedora exclusiva de las claves del futuro de todo un imperio. Así, en el reino de los persas -como en la gran mayoría de culturas antiguas- las decisiones políticas estaban en manos de un monarca absoluto aconsejado directamente por una elite sacerdotal. El rey, sus magos y guerreros formaban una tríada indisoluble que aglutinaba todo el poder de gobierno.

Los atenienses del siglo V a.C. defendieron, en cambio, convicciones radicalmente diferentes. La democracia ponía en manos de la Asamblea de ciudadanos libres el futuro de la ciudad y la religión, si bien presente, no tenía más peso ni palabra. De hecho, la Atenas del momento también contaba con un grupo de sacerdotes -la familia de los Eumólpidas- conocidos como hierofantes con un papel semejante al de los magos persas: el de interpretar los misterios de los dioses y guiar los sacrificios a Démeter. La diferencia con Persia es que su poder político era reducido. Aconsejaban en algunas ocasiones, cuando eran solicitados, pero en ningún caso su posición se imponía sobre las decisiones de la Asamblea.

En asuntos bélicos fue célebre, por otro lado, la tradición de consultas al Oráculo de Apolo en Delfos por parte de los generales atenienses. No obstante, las ambiguas respuestas de la pitona recibían interpretaciones oscuras que, en cada caso, eran fácilmente manipulables para justificar decisiones tomadas previamente por los estrategos y la Asamblea. La pregunta al Oráculo, en el siglo V a.C. era más bien un intento de cubrir con una pátina de aprobación divina las decisiones que los mortales habían tomado ya sobre su futuro.

Haciendo referencia directa a la amenaza de los persas, el más famoso vaticinio de Delfos fue aquel con el que la Pitia auguró la destrucción de Atenas por las tropas del rey persa Jerjes en el 480 a.C.:


“¡Triste! ¿qué haces sentado? Huye al confín de la tierra, a las altas montañas, abandona tu ciudad. Pues no se sostendrá tu cuerpo ni tu cabeza, no quedarán firmes tus manos, ni tus pies ni tampoco tu tronco, (…) porque todo lo arrasa el dios Ares impetuoso, montado en carro sirio. Las llamas perderán (…) serán pasto del fuego voraz muchos templos de dioses perennes que hoy aguantan aún sudorosos: el miedo los golpea, los altos techos rezuman oscura sangre: prevén el desastre ineludible, futuro. ¡Sal ya del recinto, afronta con coraje los males!”


A pesar del acierto de la sacerdotisa, en Atenas la religión no tuvo poder suficiente como para imponerse en el ámbito político. Este hecho, exclusivo y poco frecuente en las culturas del momento, dejó campo abierto para el desarrollo y maduración de un pensamiento crítico como la filosofía. Frente a la necesaria tutela de los sacerdotes en el conocimiento de la verdad y el alcance de la corrección espiritual, la filosofía presocrática había difundido la idea de que su práctica, contenidos y descubrimientos debían estar al alcance de cualquiera que estuviera dotado de sentidos y razón. Este rasgo, tan propiamente filosófico, seguiría siendo el carácter definitorio de su identidad en la etapa clásica.

Los filósofos que desarrollaron sus teorías a lo largo de los siglos V y IV a.C. no fueron hombres santos ni pertenecieron a ningún tipo de casta religiosa. Los sofistas eran profesores, viajeros que se ganaban la vida impartiendo clases privadas y conferencias sobre retórica, Sócrates un modesto ciudadano ateniense, hijo de un cantero, Platón pertenecía a una de las familias más ricas y políticamente influyentes de la polis de Atenas, mientras que Aristóteles era un meteco, un extranjero macedonio, hijo de un médico. Ninguno de ellos perteneció a clase sacerdotal alguna, no se vinculó a ningún dios en especial ni tuvo un lugar superior dentro del esquema espiritual de la época.



bottom of page