¿Por qué obedecemos a la autoridad, incluso cuando ésta puede hacernos daño a nosotros mismos y a los demás?
¿Por qué la obediencia a la autoridad, en ocasiones, parece ser capaz de desactivar completamente nuestro sentido moral, nuestro sentimiento de responsabilidad y, por qué, a veces, apoyándonos en el hecho de que estamos cumpliendo una orden de un superior, podemos llegar a perpetrar actos contrarios a nuestros más profundos valores, a nuestro propio interés e incluso actos salvajes e inhumanos?
¿Pero por qué sentimos menos culpa, menos responsabilidad, cuando actuamos por mandato de la autoridad y por qué, sabiendo a ciencia cierta que nos está usando o engañando, seguimos siendo los actores, la mano ejecutora de sus órdenes?
Antes de continuar con nuestro estudio de los experimentos de Milgram sobre la obediencia a la autoridad, no te puedes perder los cursos online del
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Si bien la cuestión de la obediencia a la autoridad ha sido un tema profusamente explorado a lo largo de la historia de la filosofía desde su mismo nacimiento en la Grecia Antigua, a mediados del siglo XX los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial llevaron el problema de la obediencia a un punto de máximo interés, convirtiéndose en uno de los temas más candentes, urgentes y relevantes para la reflexión y el análisis crítico.
La, entonces, joven psicología que prácticamente acababa de nacer, la medicina, el derecho y la filosofía con su larga tradición de pensamiento sobre el funcionamiento y los resortes de la mente, comenzaron a reflexionar sobre esta inquietante cuestión que no solo afectaba a los comportamientos de las personas que estuvieron directamente implicadas en las atrocidades de la guerra, sino que parece ser una constante en el comportamiento diario de las personas más comunes y corrientes.
Desde el siglo XX hasta hoy, el fenómeno de la obediencia a la autoridad ha sido estudiado desde múltiples perspectivas y enfoques en campos como la psicología, la neurobiología, la sociología e, incluso, la economía.
El comienzo del interés en la segunda mitad del siglo XX por la cuestión de la obediencia a la autoridad se puede enmarcar en torno a un acontecimiento muy concreto y bien delimitado en el tiempo, ya que la inmensa mayoría de estudios al respecto comenzaron a publicarse a partir de esa fecha determinada: me refiero a la celebración del juicio contra Adolf Eichmann por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi, que se llevó a cabo entre abril y diciembre de 1961.
Este juicio, extremadamente mediático, puso sobre la mesa 16 años después del fin de la guerra, la complejidad de los aspectos legales, morales, psicológicos y filosóficos de la obediencia, ya que, como bien sabéis, Eichmann —quien fue uno de los principales organizadores del Holocausto y responsable directo de la Solución Final, principalmente en Polonia— organizó su defensa en torno a la idea de que simplemente se había limitado a obedecer órdenes.
En un momento de su declaración, Eichmann afirmó:
"No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el Gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un Gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época se exigía la obediencia."
Como podéis ver, está apelando a su condición de funcionario, de empleado del Estado en un momento de guerra, afirmando que, en realidad, no tenía ninguna elección.
Sin llegar a los horrores cometidos por Eichmann y a un caso tan radical como la Segunda Guerra Mundial, estoy segura de que a todos nos suenan este tipo de excusas o esta forma de argumentar algunas acciones.
"No fue decisión mía, mis jefes me ordenaron hacer esto y lo otro."
O, "yo no quería estudiar esta carrera o tomar esta decisión, pero mi familia me obligó."
Desde la infancia hasta la edad adulta, bueno, hasta el fin mismo de la vida, estamos rodeados de figuras de autoridad en las que muchas veces descargamos nuestras responsabilidades al actuar por mandato de sus órdenes, al acatar su autoridad en nuestras vidas sin oposición.
Padres y familiares más cercanos, profesores y educadores en la etapa de formación, líderes religiosos, jefes y supervisores laborales, por supuesto el gobierno y las autoridades legales, así como diversos profesionales nos dan órdenes a lo largo de nuestra vida que acatamos sin pensar.
La obediencia a sus demandas, aunque no siempre ni de forma indefectible sea algo beneficioso para nosotros, nos hace sentir menos responsables. Obedecer, someternos, no cuestionar, no criticar, no revolvernos, quizá… no pensar por nosotros mismos y solo acatar parece ser en muchas ocasiones más cómodo y placentero para muchos.
La sumisión a la autoridad parece que nos hace la vida más fácil, nos ahorra reflexión y nos descarga a nivel ético y moral…
Pocos meses después de que se celebrara el juicio de Eichmann, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram llevó a cabo en la Universidad de Yale uno de los experimentos más célebres y controvertidos en el campo de estudio de la obediencia a la autoridad.
Su principal objetivo era investigar hasta qué punto los individuos están dispuestos a obedecer órdenes de una figura de autoridad, incluso cuando esas órdenes implicaban infligir daño a otra persona. Milgram quería examinar, por tanto, si personas comunes y corrientes, y no horribles criminales de guerra, si personas normales como cualquiera de nosotros también serían capaces de cometer actos atroces bajo la influencia de una autoridad supuestamente legítima, y si las explicaciones dadas por Eichmann en su juicio podían encontrar soporte en la psicología de la obediencia.
Diseño del Experimento
El experimento se diseñó de la siguiente forma.
Milgram y sus compañeros pusieron un anuncio en la calle y en varios periódicos locales en el cual buscaban voluntarios para un experimento sobre aprendizaje y memoria. A cambio de su colaboración, estos voluntarios recibirían una paga diaria más dietas.
De todas las solicitudes recibidas, finalmente Milgram seleccionó a 40 hombres de edades comprendidas entre los 20 y los 50 años, con distintos niveles educativos y ocupacionales. Si bien en este primer experimento no se indicó la raza de los participantes, probablemente todos ellos fueron hombres blancos, ya que las leyes raciales del momento impedían una participación de un espectro más amplio de la población.
Una vez seleccionados los sujetos de estudio, el desarrollo del experimento era sencillo. Al llegar al laboratorio, los voluntarios veían que a cada uno de ellos se les asignaba uno de estos dos roles: maestro o alumno. Lo que no sabían es que entre ellos había también actores y que la selección estaba manipulada de tal forma que todos los voluntarios recibían el rol de maestro y los actores, los cómplices del experimento, el de alumno.
La tarea de los maestros era sencilla: hacer preguntas a los alumnos. Si los alumnos contestaban bien, no ocurría nada, pero si contestaban mal, atentos aquí, el maestro, el voluntario, debía administrarle al alumno una descarga eléctrica como castigo.
Las descargas aumentaban en intensidad con cada respuesta incorrecta, comenzando en 15 voltios, apenas un cosquilleo, hasta llegar a 450 voltios, un nivel verdaderamente peligroso y doloroso. En todo momento, el maestro sabía el nivel de dolor que podía infligir porque el dispositivo tenía 30 interruptores en fila, cada uno etiquetado con niveles de voltaje acompañados, además, por etiquetas claras que indicaban la intensidad del shock:
15-60 voltios: “Descarga leve”
75-120 voltios: “Descarga moderada”
135-180 voltios: “Descarga fuerte”
195-240 voltios: “Descarga muy fuerte”
255-300 voltios: “Descarga intensa”
315-360 voltios: “Peligro: Descarga severa”
375-420 voltios: “XXX” (advertencia final y máxima de peligro)
Respecto a los alumnos, las supuestas víctimas, hay que saber dos cosas. La primera es que prácticamente nunca contestaban correctamente a las preguntas, y la segunda es que fingían el dolor. Es decir, realmente no estaban conectados a la máquina y no recibían descargas, pero las fingían con todo el realismo del mundo: con caras, gemidos, gritos, suplicando que los dejaran ir y, en los casos más altos de descarga, simulando una pérdida de conciencia y convulsiones.
Algunas de las frases pactadas que tenían que decir eran, por ejemplo:
“¡Déjeme salir! ¡No quiero continuar con el experimento!”
“¡Por favor, tengo un problema cardíaco!”
“No puedo soportarlo más. ¡Por favor, pare!”
A pesar de las reacciones del alumno, el experimentador (una figura de autoridad con bata blanca), situada al lado del voluntario, le instaba a continuar aplicando las descargas dándole una serie de órdenes y directivas que iban aumentando en firmeza con frases como las siguientes:
"Por favor, continúe."
"El experimento requiere que continúe."
"Es absolutamente esencial que continúe."
"No tiene otra opción; debe continuar."
Resultados del experimento
¿Qué creéis que ocurrió? Inicialmente, antes de comenzar con el experimento, Milgram pensó que muy probablemente menos del 3% de los voluntarios accederían a seguir las órdenes y llegar al final, y que ese 3% correspondería, además, con personas que mostrarían rasgos psicológicos típicos del sadismo.
Sin embargo, los resultados dejaron a los científicos atónitos ya que fueron completamente impactantes. Atentos: aproximadamente el 65% de los participantes continuaron administrando descargas hasta el nivel máximo de 450 voltios, a pesar de las señales de sufrimiento del “alumno", y solo una minoría se negó categóricamente a continuar en los niveles más bajos de voltaje.
Es importante destacar que los voluntarios no parecían ser indiferentes al dolor del alumno. La inmensa mayoría de ellos mostró signos de estrés y malestar evidentes, como sudoración, temblores, risas nerviosas e incluso crisis emocionales. Es decir, la mayoría de ellos lo estaban pasando realmente mal mientras torturaban al alumno; no eran sádicos, pero, y aquí está lo importante, como consecuencia de la obediencia a la autoridad, aún así continuaron obedeciendo y haciendo daño.
Reflexiones sobre el experimento
Pensemos un momento. Estas personas solamente estaban participando en un experimento voluntario. Podrían haberse negado. No estaban ante su médico, ante un líder religioso o ante una autoridad del Estado, sabían que era un estudio y que podían negarse sin la menor consecuencia para su vida. De hecho, habrían recibido el mismo dinero.
Imaginemos ahora qué nos pasa a nosotros en la vida diaria cuando las consecuencias de acatar o no órdenes no son tan inocuas. Nos podemos quedar sin trabajo, sin el apoyo de nuestra familia o amigos, sin casa…etc.
Imaginemos la fuerza de la tendencia a someternos acríticamente, incluso sabiendo que estamos haciendo el mal de forma clara, deliberada e incontestable, cuando si no lo hacemos, nos jugamos el cuello. Inquietante, un rasgo absolutamente inquietante de la naturaleza humana.
Milgram concluyó que, bajo la presión de una autoridad, muchas personas son capaces de realizar actos que contravienen sus propios valores morales debido al influjo psicológico de la obediencia. Esto reveló aspectos preocupantes sobre la naturaleza humana, sugiriendo que las personas pueden ser manipuladas para cometer actos crueles si están bajo las órdenes de una figura de autoridad y sienten que la responsabilidad última de sus acciones no recae directamente sobre ellos.
Milgram denominó al estado en el que estaban los participantes como estado agéntico, describiendo con ello la actitud en la que los sujetos dejaban de verse a sí mismos como responsables directos de sus acciones y actuaban como "agentes" de la autoridad. En otras palabras, delegaban la responsabilidad moral de sus acciones al experimentador. Según esta teoría, los participantes en el experimento no se veían a sí mismos como personas que infligían daño, sino como simples ejecutores de una tarea que les fue asignada, sin cuestionar las implicaciones morales de sus actos.
Variaciones del Experimento
Milgram no se limitó a realizar este experimento una sola vez, sino que llegó a repetirlo hasta en 40 ocasiones, realizando múltiples variaciones para explorar qué factores afectaban la obediencia. Aquí algunos de los cambios más notables:
Proximidad del "alumno": En algunas versiones, el "maestro" estaba en la misma habitación que el "alumno", o incluso tenía que tocar físicamente al "alumno" para administrar las descargas. La obediencia disminuía en estas condiciones. Esto indica que cuando somos capaces de sentir el dolor de una persona de forma directa, nuestra capacidad de ignorarlo se reduce. Cuando vemos sufrir a otros a través de un cristal o de una pantalla (como la del móvil o la televisión), algunas personas pueden sentirse más indiferentes. La distancia genera, de este modo, una deshumanización y una ruptura de la empatía.
Lejanía de la autoridad: Cuando el experimentador daba las órdenes por teléfono o no estaba presente físicamente, la obediencia también disminuía considerablemente. La lejanía de la autoridad nos invita a romper la obediencia, sugiriendo que la presencia física es un factor clave en la autoridad percibida.
Presión social: Si había otros participantes (también actores) que se negaban a continuar con el experimento, la obediencia del verdadero participante también disminuía drásticamente. Esto sugiere la fuerte influencia de la presión social en la obediencia, un hecho extremadamente importante. Si sentimos que otros nos están viendo y juzgando, nos comportamos de forma más misericordiosa y amable, pero en la soledad es más fácil que sigamos dándole al botón sin remordimientos. ¡Terrible!
Impacto y Reflexiones sobre el Experimento de Milgram
El experimento de Milgram, como no podía ser de otra forma, ha tenido un profundo impacto en la comprensión de la obediencia a la autoridad, y sus conclusiones siguen siendo sumamente influyentes y exploradas desde nuevas e interesantes perspectivas.
El trabajo de Milgram ha sido empleado también para comprender fenómenos como:
El comportamiento de las masas.
La obediencia en tiempos de guerra.
Las atrocidades cometidas por gobiernos autoritarios.
Las dinámicas de poder y el comportamiento organizacional, por ejemplo, en las empresas.
Teorías derivadas del experimento de Milgram
Tras la fase de experimentación, Milgram elaboró dos teorías muy interesantes que intentaban explicar sus resultados:
Teoría del Conformismo: Según esta teoría, los sujetos que no tienen la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis, transferirán la toma de decisiones al grupo y su jerarquía. El grupo se convierte en el modelo de comportamiento de la persona. Es decir, cuanto menor sea la formación de una persona, mayor será su tendencia a obedecer ciegamente a la autoridad. En este punto, coincidiendo con el intelectualismo moral de Sócrates, Milgram nos indica que la ignorancia no da la felicidad, sino que puede ser uno de los factores sociales más peligrosos y más proclives a generar violencia.
Teoría de la Cosificación: Según esta teoría, la esencia de la obediencia consiste en que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y, por lo tanto, no se considera responsable de sus actos. Al obedecer, nos cosificamos para eludir la responsabilidad. Una vez que esta transformación de la percepción personal ha ocurrido, todas las características esenciales de la obediencia aparecen. Este es, por ejemplo, el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados deben seguir, obedecer y ejecutar las órdenes e instrucciones dictadas por los superiores, con el entendimiento de que la responsabilidad última de sus actos no recae sobre ellos, sino sobre el mando de sus superiores jerárquicos, quienes son los que les han ordenado hacer una cosa u otra. Así funcionan las cadenas de mando militar.
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