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Nietzsche y la ética

Actualizado: 19 jun 2019

Análisis detallado de la crítica de Friedrich Nietzsche a la ética tradicional, especialmente a la ética de Kant


Nietzsche nació en Röcken, actual Alemania en el año 1844- y murió en Weimar en 1900, fue un filósofo prolijo y precoz, cuyo pensamiento ha marcado profundamente la reflexión filosófica del siglo XX y cuyo influjo llega hasta nuestros días. Tras estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario.


En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con él. La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Los últimos once años de su vida los pasó recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg. Tras su fallecimiento, su hermana manipuló sus escritos, aproximándolos al ideario del movimiento nazi, que no dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.



 

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EL PESO DE LA FIGURA DE KANT


 


La filosofía kantiana marcó de forma indubitable el pensamiento de todos los que, tras ella, se atrevieron a reflexionar desde nuevos puntos de vista. Este es el caso también de Nietzsche que se vio obligado a considerar el pensamiento de Kant como punto de partida y como diana de todas sus críticas.


No obstante, si bien Schopenhauer se había centrado en los intentos de Kant por

refundar la metafísica y había criticado profundamente estos desarrollos, bajo la

convicción de que la distinción kantiana entre fenómeno y cosa en sí no respondía a la verdadera estructura ontológica de la realidad, Nietszche centró su atención en una crítica de la ética kantiana.


Con el fin de comprender adecuadamente los puntos centrales de discusión entre ambos autores, resulta necesario presentar, en primer lugar, un breve repaso por los puntos capitales de la ética kantiana.


En primer lugar, es necesario destacar que Kant basó su ética sobre la idea de que aquello que fundamentalmente distingue a los seres humanos del resto de animales es el hecho que sólo los hombres pueden tener un comportamiento moral, es decir, decidir en cada momento lo que está bien y lo que está mal. En este sentido, los animales no es que sean inmorales, sino sencillamente amorales ya que su conducta y sus relaciones están determinadas por su código genético y su costitución orgánica, gracias a la cual no están obligados a decidir.



Sin embargo, la conducta moral humana revela, según Kant, un conflicto sustancial: en la mayoría de los casos lo que la razón comprende que se debe hacer no suele ser acorde a lo que nuestras inclinaciones, sentidos e impulsividad quieren al respecto.


Es decir, la mayoría de las veces, para tener un comportamiento moral la razón tiene que contradecir los impulsos instintivos.

Por tanto, dado que el ser humano oscila con mucha frecuencia entre lo que

comprende racionalmente como “bueno” y su tendencia o impulso a dejarse llevar por lo “malo”, Kant consideró que era necesaria la definición de un conjunto de normas morales racionales que, de manera imperativa – obligatoria- mandaran y guiaran nuestras acciones y decisiones hacia el cumplimiento del deber. El sentido y objetivo de la moral kantiana es, por tanto, que nuestras acciones se realicen siempre de acuerdo a lo que dicta nuestra razón y no nuestras inclinaciones. Para Kant, sólo es moral el individuo capaz de superar sus condicionamientos impulsivos y someterse de

manera incondicional al dictado de la razón. No obstante, cabe preguntarse si esto es posible.


¿Alguna vez actuamos sin estar condicionados o es más bien evidente que el

hombre posee una capacidad de comprensión limitada y una posibilidad de actuar aún menor? De hecho, puede ocurrir – y sucede habitualmente- que el individuo comprenda perfectamente qué es lo bueno o lo correcto en sentido moral y que, sin embargo no pueda hacerlo. Cabe señalar que nuestros condicionamientos y determinaciones no pueden ser tomados, a pesar de ello, como una excusa que invite a sostener que no es posible hablar de límites morales.


Para comprender la propuesta kantiana, es necesario tener en cuenta la clara

distinción que el filósofo alemán estableció entre moralidad y legalidad. Ante dos acciones que puedan tener el mismo resultado, sólo es considerada verdaderamente moral aquella que se haya hecho con la intención de cumplir el deber y no por otros motivos tales como el miedo al castigo o el deseo de autocomplacencia.

Imaginemos el caso de dos comerciantes que se dedican a vender cereales. Uno de ellos, cada vez que vende 1kg de lentejas a un cliente, quita unas pocas mientras que el otro entrega siempre la cantidad correcta. Está claro que el primero actúa de forma inmoral ya que engaña, pero no podemos afirmar con la misma rapidez que el otro es moral si no conocemos sus intenciones. Es decir, podrían darse dos casos: bien que el tendero no quite ninguna lenteja porque, movido por el deber, considera que no debe engañar o bien por el miedo a que el cliente algún día se de cuenta y no vuelva a su tienda.


El resultado es el mismo en ambos casos, pero las intenciones que mueven la

acción hacen que uno sea moral y el otro no.

Las tres formulaciones del imperativo categórico kantiano son las siguientes:

Primera formulación:

Formula de la ley universal: “Actúa solamente de acuerdo con la máxima por la cual puedas al mismo tiempo querer que se vuelva una ley universal”.


Segunda formulación:

Formula de la humanidad como fin en sí misma: “Actúa de tal forma que uses a la humanidad, tanto en tu propia persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca meramente como medio”.


Tercera formulación:

Formula del reino de los fines: “Actúa de acuerdo a las máximas de un miembro

universalmente legislador para un meramente posible reino de los fines”

Sin duda, el imperativo categórico posee un enrome atractivo desde el punto de vista teórico, pero resulta extremadamente complicado de aplicar a nivel práctico.




 

LAS CRÍTICAS DE NIETZSCHE A LA ÉTICA KANTIANA



 

Nietzsche realizó un profundo análisis de la ética kantiana, del cual se desprendió un amplio conjunto de críticas, entre las cuales veremos algunas de las más importantes.



a) Acusación de dogmatismo

En primer lugar, Nietzsche acusa a Kant de que su sistema ético es puramente

dogmático. Paradójicamente, el gran campeón de la Ilustración y el autor de la Crírica de la razón pura, había abandonado el carácter inquisitivo propio de la Modernidad en lo que respecta a su teoría ética. Tal y como hemos visto a lo largo de las clases, la Modernidad se caracterizaba porque el hombre había recuperado su libertad de juicio logrando imponerse sobre el pasado tradicional de la Edad Media.



No obstante, tal y como hemos visto en sesiones anteriores, Kant intentó salvar la metafísica estableciendo un nuevo fundamento para la misma en la moral. Es decir, basándose en la idea de que la moral, de una manera y otra, ha existido siempre y entre todos los grupos humanos, podía afirmarse la existencia de un hecho universal: la emanación de una ley universal moral para todos los hombres. Nietzsche, por su parte consideró que este razonamiento carecía de la menor rigurosidad filosófica y profundidad crítica. Según Nietzsche, lo único que hizo Kant fue ponerse al servicio de la necesidad social de que exista una moral que pueda controlar el comportamiento de los individuos.


Si bien ello es así, la fundamentación de dicha moral no debe basarse en

una trampa que apele a la existencia de una moral universal incuestionable.

En este sentido, para Nietzsche, el principal problema de Kant es que no se preguntó por la moral misma: ¿qué es la moral, por qué existe y qué significa su presencia en los distintos pueblos? Al pasar de puntillas por encima de estas cuestiones centrales, Kant desarrolla una ética insostenible filosóficamente.



b) Acusación de dualismo

En segundo lugar, Nietzsche acusa a Kant de mantener vivo el antiguo dualismo

metafísico de origen platónico según el cual el ser humano está formado por dos cosas radicalmente distintas e incomunicadas: el alma y el cuerpo. La moral, sería por tanto, algo que emana del espíritu, mientras que las inclinaciones proceden de la parte corpórea del hombre.



Estas aseveraciones no sólo resultaban insostenibles en el siglo XVIII a la luz de los nuevos descubrimientos, como la teoría de la evolución, y las nuevas corrientes de pensamiento, sino incluso en contraste con lo que el propio Kant había sostenido en la Crítica de la razón pura, texto en el que había afirmado que la metafísica no era un conocimiento válido ya que tenía, como base fundamental, la distinción, en el ser humano entre espíritu y materia. Kant, a pesar de haber concluido esto, en la moral, siguió manteniendo que el hombre es un compuesto de espíritu y materia. Es decir, que las normas morales y la razón pertenecen a su lado suprasensible y que los sentimientos y las pasiones pertencen a su parte animal.



c) Acusación de ingenuo racionalismo

En tercer lugar, Nietzsche acusó a Kant de mantener un racionalismo ingenuo según el cual comprender algo racionalmente significa, inmediatamente poder hacerlo. Para Nietzsche, una cosa muy distinta es entender qué es el bien o el mal – incluso para nosotros mismos- y otra querer hacerlo o poder. Según Nietzsche no es posible ya pensar en leyes universales en la medida en que hemos tomado conciencia de la multiculturalidad de las grandes diferencias no sólo de razas sino, sobre todo, de

culturas, religiones, tradiciones y desfases históricos. Los casos morales y los principios de las normas no son universalmente válidos en el mosaico tan distinto de situaciones y circunstancias en los cuales el ser humano comenzó a vivir a partir del siglo XVIII.




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