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Sócrates y la crítica al relativismo de los sofistas

Análisis de la filosofía de Sócrates y su dura crítica al relativismo cultural de los sofistas

La búsqueda de una salida al relativismo


Las sucesivas derrotas de los atenienses en la Guerra del Peloponeso ante los espartanos, la epidemia de peste, el paulatino desmembramiento de su imperio marítimo y el subsiguiente deterioro económico, así como la pérdida incestante de colonias y aliados que rompían su fidelidad con Atenas para abrazar la causa de Lacedemón, erosionaron la confianza de los atenienses y provocaron fuertes reacciones en la sociedad ateniense. Por un lado, estaban aquéllos que, ante los desastres vividos, perdieron toda la confianza en el ethos ateniense y en el papel de los dioses como protectores de la ciudad. El relativismo enseñado por los sofistas encontraba pruebas por doquier.



La supesta superioridad, por naturaleza, de los atenienses y la perfección de sus leyes no era tal ya que ninguna les había protegido del fracaso ni conducido rectamente hacia la victoria. El favor de los dioses que cantaba Heródoto, también parecía sólo una invención usada sólo para adornar la concatenación de hechos puramente casuales, que bien podrían haber ocurrido de otra manera. En el seno de Atenas no anidaba ninguna gloria superior a la de ningún otro pueblo sino quizá, tan solo, las consecuencias de varios golpes de buena suerte.

En el lado opuesto, estaba la opinión de los que creían que precisamente la ruptura de los valores y la creciente impiedad entre el pueblo ateniense, su desprecio por las leyes y la antigua moral, su coqueteo con las nuevas corrientes intelectuales y la lectura de libros filosóficos, era lo que había provocado el desastre de la guerra que no era sino signo de la furia de los dioses contra la inmoralidad.

La única esperanza para Atenas pasaba por recuperar su antiguo rumbo, la confianza en el puñado de valores supremos e inapelables que habían inspirado el discurso de Pericles. Y ello porque el creciente cinismo ya no sólo amenazaba con destruir sus cimientos religiosos sino con llevarse por delante y arrasar también el sistema legislativo de la polis que, con tanto esfuerzo, habían sido creado para lograr algo completamente único: la democracia.

Tanto para las mentes más conservadoras que valoraban las antiguas premisas morales de la aristocracia como, paradójicamente, para los más profundos defensores de la democracia, Atenas no podía ser desgarrada completamente por los efectos del relativismo. Es escepticismo y la duda debían ser contenidos porque sus propuestas estaban comenzando a resquebrajar lo cimientos de la sociedad. A pesar de todo, Atenas no era comparable a ninguna otra ciudad y, por mucho que los sofistas insistieran, no eran igualmente válidas, justias o beneficiosas las leyes de cualquier otro pueblo. Los atenienses eran conscientes de que había algo único, algo especial que debía ser protegido y recuperado para garantizar su supervivencia.

El primer paso para hacerlo pasaba por depurar el origen de todo el escepticismo epistemológico: las teorías de los filósos naturales que habían fomentado el ateísmo dibujando una imagen de la naturaleza gobernada por el azar y la mera concatenación de causas mecáncias. Una realidad sin dioses, orden, jerarquías, fines últimos ni un lugar especial para el hombre. La consecuencia de la física milesia era un igualitarismo ateo, relativista y cosmopolita que arrancaba toda posibilidad de justificar la defensa de la grandeza de Atenas. En esta misma línea, Sócrates se presenta como un buscador del orden que, en su más temprana juventud, descartó en primer lugar la filosofía natural como un tema de reflexión digno de mérito.


El rechazo de la filosofía natural


Frente a la imagen ofrecida por Aristófanes en Las nubes, los diálogos platónicos nos presentan a un pensador que ha abandonado completamente la discusión sobre la filosofía debio a la decepción que le había causado la lectura de los textos de Anaxágoras:




La simple explicación física no basta para dar cuenta de la conducta del ser humano. El reduccionismo físico básico no es operativo para explicar las motivaciones de un hombre para actuar como lo hace porque si fuera así, al compartir la misma esrucura, haríamos las mismas cosas ante los mismos estímulos. En cambio, Sócrates dice que la razón de los actos del hombre está en su inteligencia. Es decir, en el modo en el que razona acerca del mundo y en las conclusiones que saca a partir de él. Las acciones humanas se justifican por el modo en el que se usa la inteligencia. Esta es la que ordena los actos y si la ignoramos y no le damos una explicación de como funciona, no estaremos explicando absolutamente nada acerca del ser humano. No es que la física no explique parte de la conducta, pero no la explica toda.



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