Análisis de la estrecha relación entre este movimiento filosófico y la instauración de la democracia en Atenas
El escenario único al que dieron lugar las victorias militares, reformas políticas y el desarrollo económico de Atenas se convirtió en el caldo de cultivo de un nuevo tipo de filosofía. A lo largo de la segunda mitad del siglo V a.C., los filósofos dejaron de preocuparse por los secretos de la naturaleza para centrar su mirada en los deseos y miedos del hombre.
Esta nueva generación inició lo que, desde un punto de vista historiográfico, se conoce como el periodo de la Ilustración filosófica griega. Tal fue la relevancia e innovación de sus ideas y tan relevante el cambio de rumbo que propiciaron en la cosmovisión ateniense que su aparición suele ser considerada como el “segundo nacimiento” de la filosofía.
El nombre que recibió este grupo de revolucionarios fue el de sofistas, término que, paradójicamente, ha llegado a convertirse en un calificativo que atribuye al sujeto la despreciable habilidad de usar tendenciosamente razonamientos falsos, con apariencia de verdad.
Y he aquí que esta misma descripción no sólo contiene las primeras evidencias de su mala fama -sostenida a lo largo de los siglos-, sino también la causa misma de tal desprecio: la posición mantenida por los sofistas respecto a las nociones de apariencia, razonamiento, verdad y falsedad.
Si bien las principales preocupaciones del movimiento sofístico fueron, ciertamente, de tipo epistemológico -siguiendo con la recién nacida tradición filosófica, su desarrollo teórico, no obstante, no fue bien acogido por los tres pensadores que habrían de marcar los siguientes 1.500 años del desarrollo filosófico occidental: Sócrates, Platón y Aristóteles. ¿La razón? Los sofistas fueron acérrimos defensores de un escepticismo relativista radical, basado en la afirmación del carácter esencialmente subjetivo y, con ello, circunstancial del conocimiento humano que descarta, consecuentemente, toda posibilidad de hablar de verdades absolutas y eternas.
Frente a la búsqueda incesante de definiciones estables y universales para los valores supremos de Sócrates, el absolutismo inamovible, eterno e inmaterial de las ideas platónicas y la sistemática confianza en la capacidad lógico-racional del hombre hallada en los tratados de Aristóteles, los sofistas llevaron a la filosofía hasta los límites últimos de sus pretensión de comprender y explicar el mundo. El sujeto se convirtió en el eje de la reflexión porque éste comenzó a revelarse como el origen de todos los problemas filosóficos.
Los sofistas comprendieron que, sin estudiar previamente la arquitectura de la mente humana, no tenía sentido emprender ningún tipo de investigación física ya que toda posibilidad de alcanzar la verdad parecía estar previamente condicionada por la, en muchos casos, falible capacidad del ser humano de captar el mundo que le rodea. ¿Es el ser humano una criatura dotada de las capacidades necesarias para percibir, comprender y comunicar conocimiento preciso acerca de la realidad, es decir, un ser eminentemente cognoscitivo y racional o, más bien, un animal social limitado a su realidad, determinado por los resortes profundos de su biología, apremiado por sus necesidades y moldeado por los relatos culturales de su época? ¿Es el hombre un ser para la verdad o para la política?
Relaciones entre democracia y sofística
Para alcanzar a comprender la revolucionaria esencia del movimiento sofístico hemos de tener en cuenta, en primer lugar, que se desarrolló y floreció en un lugar y un momento muy concretos de la historia: en la Atenas democrática del llamado “siglo de Pericles”. Un tiempo único que ninguna civilización había disfrutado hasta ese momento y que no volvería a ver hasta pasado más de un milenio. No hubo sofistas con anterioridad ni figuras relevantes con posterioridad a este periodo. Esta corriente filosófica, por tanto, no estuvo accidentalmente relacionada con la democracia, sino que su misma existencia dependió de ella. La sofistica puede ser, en definitiva, considerada como un producto genuinamente democrático, incluso a pesar de que varios de sus representantes no defendieron la democracia. ¿Por qué?
Para responder a esta cuestión tenemos que tener en cuenta dos rasgos fundamentales. En primer lugar, el ya citado escepticismo relativista que llevó a los sofistas a poner en duda la validez universal de los valores, la existencia de los dioses, los fundamentos políticos del Estado, la condición de esclavitud, o la justificación de las leyes positivas. Estas ideas, no eran opiniones privadas, sino que los sofistas las defendieron con pasión en ejercicios de declamación pública, actividad que, en aquellos momentos, sólo era tolerada, no sin reticencias, en Atenas.
En segundo lugar, todos los sofistas tuvieron en común una misma profesión: fueron maestros de retórica y oratoria. Ninguno desempeñó cargos políticos ni desarrolló actividades comerciales, sino que todos ellos se ganaban la vida viajando de ciudad en ciudad ofreciendo instrucción a los jóvenes interesados en desarrollar habilidades necesarias para hablar con éxito en la asamblea y defenderse con inteligencia en los tribunales. Este segundo punto revela en qué medida la democracia fue capital para su existencia, pues no habría cabido la posibilidad de vender sus servicio entre los pueblos cuyos gobiernos carecieran de órganos de representación, votación y defensa semejantes a los atenienses. Una corriente como la sofística no habría sido tolerada entre los persas y relativistas capaces de hacer cuestionar las bases del poder habrían sido rápidamente eliminados.
La democracia, por tanto, propició un ambiente de significativa libertad que les permitió exponer públicamente–no sin dificultades- su relativismo, así como ganarse la vida ofreciendo una formación pragmáticamente muy relevante para un sistema de poder basado en la argumentación verbal.
Su labor y su pensamiento surgieron, por tanto, como respuesta a uno de los momentos más brillantes de la cultura occidental, despertando las herramientas intelectuales que habrían de conducirla a la ciencia, el derecho civil y la tolerancia religiosa… Pero si ello es así ¿a qué se debe la negativa imagen que han recibido los sofistas a lo largo de la historia de la filosofía? ¿Cómo unas mentes tan originales y revolucionarias, que hicieron reflexionar a toda una generación sobre el sentido mismo de la condición humana, han podido ser condenadas como los simples, torpes e inmorales rivales de Sócrates? En demasiadas ocasiones se les presenta como meros pedagogos y hasta la segunda mitad del siglo XX, la historiografía no ha iniciado los estudios sobre sus teorías filosóficas. Por ello, cabe preguntarse: ¿fueron los sofistas filósofos en el pleno sentido de la palabra?
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